¿Quiénes pueden postular para ser pastor de una iglesia?

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¿Quiénes pueden postular para ser pastor de una iglesia?

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RESPUESTA:

¡Nadie! El llamado a servir a Dios nunca es de voluntad propia, únicamente viene de Dios. Nótese como San Pablo lo explica en 1 Corintios 1:1-2. Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios. Tenemos dos diferentes mundos dominados por dos distintas voluntades: el secular y el divino. En el secular lo que vale es la voluntad del hombre, donde el hombre es rey, donde él decide lo que quiere hacer, donde él establece las pautas (“Lo que yo quiero”. “Lo que yo decido”. “Lo que yo digo”.) Ese es el mundo del hombre caído que en su condición de pecador todavía se piensa soberano, que orgullosamente cree que controla tanto la tierra como el cielo. Pero hay otro mundo, el mundo es donde Dios reina; donde Dios es soberano; donde el hombre —que ha sido rescatado del pecado— reconoce que él no es nada y que Dios es TODO. Este es el mundo donde opera la verdadera iglesia y donde se ve al hombre que se llama ‘siervo de Dios’ sometiéndose totalmente al criterio y mandato del santo Dios (“Lo que Dios pide”. “Lo que la Palabra de Dios dice”. “Lo que Dios quiere”).

En toda la historia de la iglesia verdadera no encontramos a un siervo de Dios que se haya llamado así mismo para ser pastor de la iglesia de Jesucristo. Siempre encontramos un hombre que ha sido llamado por Dios. Sí, es verdad que se ve a muchos que se han otorgado ese cargo, que se han auto dominado pastor o apóstol o profeta u obispo (en algunos casos han sido nombrados a ese cargo por comités, por presbiterios, por congregaciones y hasta por individuos) y pretenden hacer el servicio de Dios. Los podemos ver orgullosamente creyéndose dueños de la tierra, donde en sus iglesias Dios llega solamente como invitado especial, nunca como Señor. Le cantan, le alaban y le permiten a Dios obrar, pero solo bajo las órdenes y los esquemas de ellos. Algunos de estos ‘pastores’ han levantado mega-iglesias. Pero lo que hacen en la iglesia es cosa de los hombres y Dios es meramente un funcionario, un auxiliar que viene cuando ellos piden. Aunque tengan mucho de “Dios me dijo” y “Dios me reveló”, ¡es obvio que lo importante en esas iglesias es lo del hombre! Escúchenlos, oigan cuantas veces usan la palabra “yo”. Como dice 1 Co 15:47, tales son de la tierra, terrenales. Lo que les interesa es el progreso según el criterio humano, el tamaño de la empresa, el dinero que recauden, la gloria que reciben.

Pero hay otro mundo, como nos dice el mismo texto: el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cuando entramos a ese mundo vemos que el que lo dirige es literalmente el Señor. Allí los intereses son muy distintos. Allí el hombre no gobierna, solo el Señor es Rey, y lo que se busca exclusivamente es obediencia y fidelidad a Dios. Allí la Biblia reina. Allí nuestro Padre celestial es el todo en todo. Sus siervos no buscan gloria para sí mismos, sino buscan los intereses de Cristo (como a las almas perdidas). Allí se es fiel a la Biblia. Allí se vive para Dios y para rescatar al prójimo. Estos siervos de Dios no se olvidan de que eran merecedores del infierno, que por la gracia de Dios fueron rescatados por la sangre de Cristo y que –aunque indignos de tal cargo– fueron soberanamente llamados para servir a Dios de corazón. Tienen un sólo deseo: la gloria de Cristo. Así vemos que la diferencia es obvia, porque lo que es nacido de la carne, carne es [por tanto, para cumplir los deseos de la carne vive]; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es [para glorificar a Dios vive] (Juan 3:6).

Pablo subraya que Él fue “llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”. Él no buscaba tal cargo, ni quería tal cargo. Le llegó inesperadamente en el camino a Damasco. Y sabiendo que así es el llamado de Dios, para ti y para mí añade (Hebreos 5:4), nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.

Usa la ilustración de que en el Antiguo Testamento solo los levitas, hijos de Aarón —asignados por Dios a tal cargo— eran los que se atreverían a servir a Dios en el templo. Quiere decir que hoy día ese llamado por parte de Dios es esencial. Los llamados por Dios, por dotados que sean, no se atreven a entrar a la presencia de Dios sin antes ser invitados. Humildes ante Dios, como Pablo, buscan solo hacer lo que Dios les pide.

Nótese que ninguno de los 12 discípulos fue un voluntario. Ninguno se auto llamó. Cada uno fue llamado directamente por Jesucristo. Él les llamó con un llamado irresistible: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron (Marcos 1:17-18). Se ve así que, en el caso de ser nombrado pastor de una iglesia, el verdadero pastor no es como el ladrón que salta la cerca y se roba las ovejas, sino el que ha recibido un genuino llamado de Dios. Sabe la verdad sobre lo que Cristo dijo: Ustedes no me escogieron a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca (Juan 15:16). Lea las biografías de los hombres de Dios que han pagado el precio sirviendo al Señor durante estos más de 2000 años de la historia de la iglesia. Pregúntese: ¿Quiénes fueron los mártires? ¿Quiénes dieron sus vidas para preservar la Biblia? ¿Quiénes fueron hasta el fin del mundo para predicar el evangelio? Reconozcamos que sin un llamado divino, el hombre natural no está listo para tal devoción —ni tal compromiso.

Sólo los hombres que Dios llama para dirigir a la Iglesia tienen la bendición de Dios y el fruto espiritual que lo demuestra.

Les Thompson