¿Qué es la Iglesia? 1 Corintios 12

Publicado por Editorial Clie

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¿Qué es la Iglesia? 1 Corintios 12

xx

Porque así como el cuerpo es uno,
y tiene muchos miembros,
pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos,
son un solo cuerpo, así también Cristo.
Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo,
sean judíos o griegos, sean esclavos o libres;
y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu…
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo.
1 Corintios 12:12,13 y 27 (12-27).

ESQUEMA

1. Aquello que no es la Iglesia.

1.1. No es un teatro.
1.2. No es un hospital.
1.3. La Iglesia no vende pasajes al cielo.
1.4. No es un club social.

2. El término ekklesía en la Biblia.

3. Características de la Iglesia cristiana.

4. La Iglesia no es una comunidad uniforme ni homogénea.

5. La Iglesia debe existir en libertad.

6. Comunión implica corresponsabilidad.

7. Todos tiramos de la misma red.

CONTENIDO

La palabra iglesia deriva del verbo griego kaléo, que significa “llamar”. En su uso común se utilizaba con el prefijo ek y entonces significaba la reunión de los ciudadanos que gozaban de capacidad jurídica. Posteriormente, en el Nuevo Testamento, pasó a representar al pueblo de los creyentes dispersos por todo el mundo que se reúnen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. A partir de este nombre griego se derivó el latino Ecclesia, del cual surgieron los otros nombres en las lenguas latinas.

1. Aquello que no es la Iglesia.

1.1. No es un teatro
La celebración del culto cristiano no es un espectáculo por el que el individuo paga para entretenerse durante el domingo. Aunque en dicho acto se dé una liturgia que crea cierta expectación, un ritual, una música, unos cantos, una predicación pública, que incluso pueda atraer a la gente, la ceremonia que esto podría representar no constituye en sí la Iglesia. Incluso, aunque algunos cultos se transmitan por televisión y al pastor se le maquille, la Iglesia de Jesucristo no es un teatro, ni un cine, ni un plató televisivo, ni nada que se parezca a una sala de fiestas.

1.2. No es un hospital
Es verdad que los enfermos del alma y del espíritu pueden hallar consuelo y pueden recuperarse completamente, cuando se arrepienten de sus errores y se acogen a la cruz de Cristo, pero la misión de la Iglesia no consiste sólo en sanar, sino sobre todo en extender el reino de Dios en la Tierra. Es cierto que muchos de los que entran por primera vez en una comunidad cristiana lo hacen motivados por el dolor del cuerpo y del espíritu, o por la necesidad que tienen de afecto y consuelo, pero una vez convertidos y solucionado su problema, no pueden estar siempre pidiendo. Un cristiano nacido de nuevo tiene que empezar a dar, tiene que aprender a compartir, a darse a sí mismo y a evangelizar. Una Iglesia formada por personas que sólo se quejan, que sólo demandan de los demás, es una Iglesia anómala y enferma.

1.3. La Iglesia no vende pasajes para el cielo
La Iglesia no es tampoco una agencia de viajes que se dedica a distribuir pasajes para el cielo. Esa mentalidad que piensa: “¡Bueno yo ya tengo mi pasaje, mi pasaporte y mi visado, me he convertido, me han bautizado y participo de la mesa del Señor! ¡Ahora estoy en la sala de espera de la Iglesia, aguardando que salga mi vuelo hacia la eternidad! ¿Y qué pasa con aquellos que todavía no tienen el billete? ¡Ah, es su problema, que busquen la forma de obtenerlo cuanto antes!” No, la Iglesia no es una sala de espera hacia la eternidad.

1.4. No es un club social
Un club privado al que se asiste con el único fin de saludar a los amigos y comer con ellos, no es tampoco una buena imagen de lo que es la Iglesia. Por supuesto que en ella se desarrollan las relaciones fraternales y tiene lugar el ágape cristiano (las comidas en hermandad, meriendas de damas, cenas de fin de año, y demás), pero estas celebraciones no constituyen la finalidad última de la comunidad cristiana. Pueden ser un medio, pero nunca un fin.

Como consecuencia de tales concepciones erróneas, que no son más que una caricatura de lo que debe ser la Iglesia, cuando se predica el evangelio en ciertas comunidades, es más fácil captar el bostezo que la reflexión, la alegría o el llanto. Al enseñar que la razón de ser de la Iglesia es presentar continuamente a Cristo, tales asambleas reaccionan poniéndose tapones de cera invisibles en los oídos para que el mensaje no llegue al corazón. Ciertos oyentes sustancialmente sordos, no pueden ser sino profetas mudos. Gente inmovilizada, porque nada se mueve dentro. No cambia nada. De este modo, al disolverse cada domingo la asamblea, uno podría preguntarse si de verdad se ha reunido, pues en muchas ocasiones no se ha dado el encuentro ni con la Palabra del Señor, ni entre los miembros de la propia comunidad. ¿Pueden llamarse estas reuniones “cultos de la Iglesia”? ¿Qué es en realidad la Iglesia de Jesucristo?

2. El término ekklesía en la Biblia.

Tal como hemos visto, el término ekklesia significa textualmente “llamamiento”, “llamados aparte” o “convocar”. Se empleó también para movilizar al ejército y en el siglo V a. C., se usaba en términos políticos para referirse a la asamblea plenaria de los ciudadanos en plenitud de derechos que se reunían para elegir a sus representantes y aprobar las leyes.

Más tarde, en el siglo III a. C., cuando se hizo la traducción del Antiguo Testamento al griego, en la llamada versión de los 70, se denominó ekklesia la reunión litúrgica del pueblo de Israel (el gahal de Yahvé). De manera que el concepto de Iglesia, como pueblo de Dios, ya existía en el Antiguo Testamento, muchos años antes del nacimiento de Jesucristo. Los cristianos, en continuidad con el pueblo de Dios, no emplearon la palabra “sinagoga” (gahal), debido a sus connotaciones judías, ya que significa textualmente “asamblea local” o “casa del Judaísmo”, sino que prefirieron el término “iglesia”, como asamblea convocada por Dios en Jesucristo.

Por tanto, podemos decir que el concepto cristiano iglesia es la plenitud del concepto judío gahal (sinagoga). Y le dieron al término un doble significado: el de las comunidades locales (domésticas, de la misma ciudad) y el de la Iglesia universal esparcida por todo el mundo, heredera del pueblo de Dios del Antiguo Testamento.

3. Características de la Iglesia cristiana.

La Iglesia es, pues, la comunidad de los que están dispuestos a vivir en el pueblo de Dios, congregado por Jesús y santificado por su muerte en la cruz. Si quisiéramos ser estrictos y rigurosos, podríamos decir que Jesús no fundó la Iglesia, ya que esta existía como “pueblo de Dios”, pero sí que puso los fundamentos del “nuevo pueblo de Dios”, al restaurar la comunidad del verdadero Israel; por tanto, el fundamento de la Iglesia es Jesucristo, el Señor.

La Iglesia cristiana, como tal, se hace presente por primera vez con la fe de los discípulos de Jesús, cuando el Espíritu desciende sobre una comunidad que ya existía. En el Nuevo Testamento, a la Iglesia se la llama: “pueblo de Dios”; sus miembros son los “elegidos”, “llamados”, “hermanos” o “santos”. Aunque prevalecerá el nombre de “cristianos”, como discípulos de Cristo.

De manera que los cristianos son la Iglesia, no están en la Iglesia”. Las cuatro paredes no son la Iglesia en la perspectiva del Nuevo Testamento, sino que son los creyentes quienes constituyen la Iglesia. Esta se edifica en el mundo mediante el Espíritu de Dios y el ejercicio de los diferentes dones, servicios y ministerios de la comunidad de fieles. La Iglesia es siempre una comunidad basada en la fraternidad, pluralista en sus relaciones, pero con unos elementos comunes. Su misión primordial es la evangelización para la conversión de judíos y gentiles, es decir, de todo el mundo.

La Iglesia cristiana podría definirse como la comunidad de creyentes convertidos por la palabra evangélica e incorporados por el bautismo, que celebran la nueva alianza en el partimiento del pan, llamado también mesa del Señor, y son testigos en el mundo de la salvación de Dios realizada por Jesucristo, a través de los diferentes servicios y ministerios. Las primeras comunidades cristianas, tanto en el mundo helénico como en el judío, nacen en un ambiente económico, social, político y cultural inferior. Viven como pequeñas fraternidades en medio de grupos humanos más marginados. La mayoría de los creyentes, que son llamados por la predicación misionera del apóstol Pablo, por ejemplo, se reúnen en casas familiares, y vemos que existen entre ellos profundas diferencias socioeconómicas, entre libres y esclavos; políticas, entre ciudadanos y extranjeros; raciales, entre bárbaros y escitas; sexuales, entre hombres y mujeres; religiosas, entre judíos y griegos; pero todos se sienten unidos como hijos y hermanos, en una misma casa y en una misma familia. Todos reunidos se edificaban leyendo las cartas de Pablo, proclamando el Evangelio de Jesucristo y después del ósculo santo, el beso fraternal, cenaban juntos en torno a la mesa del Señor.

La Iglesia parece una familia de familias porque su fermentación, crecimiento y desarrollo, se produce en primer lugar, en el ámbito familiar.

4. La Iglesia no es una comunidad uniforme ni homogénea.

Su unidad no puede ni debe ser uniformidad. En la Iglesia coexisten distintas procedencias, posiblemente con distintas culturas, idiomas, idiosincrasias y peculiaridades. Y en el futuro habrá aún más, debido al fenómeno de la inmigración. La Iglesia está llamada a la pluralidad, a la diversidad y no a la uniformidad. Pero, a la vez, lo que nos iguala a todos, aquello que nos hace converger en el mismo punto, es el “ser en Cristo”. Esta es la idea de comunidad como “persona colectiva”, como “uno en Cristo” con un mismo sentir y un mismo rumbo: Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo (Gá. 3:28). La Iglesia es visible en el culto y en la acción de los unos para los otros. Pero es también invisible como “cuerpo de Cristo” universal.

5. la Iglesia debe existir en libertad.

La Iglesia no existe en sí misma, ni por sí misma, ni para sí misma. La. Iglesia existe en el Señor Jesucristo, es decir, en su Señor, por su Señor y para su Señor. Esto significa que la Iglesia existe para el mundo, porque es a éste a quien ha de transmitir el mensaje de la reconciliación que viene de Dios. Por tanto, la Iglesia debe existir en plena libertad bajo el señorío de Cristo.

Desgraciadamente, muchas veces la Iglesia ha querido aliarse con el poder político, y lo ha hecho, y lo sigue haciendo, pero, cuando se une a los Estados, ¿no corre el peligro de perder su libertad, de entumecerse, de anquilosarse, de faltar a su propósito? Cuando se establecen alianzas políticas, ¿no se está pasando por alto que la Iglesia trata de seguir a Cristo, es decir, a alguien a quien las autoridades humanas crucificaron fuera, ante las puertas de la ciudad? Las congregaciones cristianas deben recordar siempre que hay que dar al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios; Iglesia y Estado pueden colaborar, pero nunca fusionarse.

6. Comunión implica corresponsabilidad.

Pablo habla acerca de una comunidad en la que todos aparecen empeñados en una tarea común, aunque cada uno posea su propia función específica. La comunión entre las personas determina una corresponsabilidad, es decir, “todos somos responsables de todos”. Esto se traduce en una bien articulada variedad de ministerios. Conviene recordar, siempre, que estos ministerios no son dignidades o grandezas, no son superioridades de unos sobre otros, en clave humana, sino funciones, servicios, tareas y trabajo: El más grande será vuestro servidor. En la base de todo está la igualdad, el sacerdocio universal de los creyentes, el “todos somos sacerdotes” delante de Dios. Entonces la “comunión” se vuelve “misión común” y nadie puede echarse atrás o hacerse dimisionario o delegar en otros, tareas que afectan a toda la comunidad. La participación es la ley y el dinamismo de la Iglesia cristiana.

7. Todos tiramos de la misma red.

En la Costa de los Esclavos, a pocos kilómetros de la capital del Toga, en África Occidental, es frecuente ver en el mar grupos de pescadores echando la red para pescar. Lo primero que sorprende es que, habitualmente, hay dos grupos de pescadores muy alejados entre sí y que, a primera vista, dan la impresión de no conocerse. Incluso, parece que se hacen la competencia y se afanan por ver quien pesca más. Pero, a medida que avanza el trabajo, se cae en la cuenta de que, en realidad, están comprometidos en la misma operación. En efecto, no sólo la red es traída hasta la orilla, sino que los dos grupos se acercan hasta juntarse. Se trata de la misma red que al final recuperan repleta de peces.

Otra sorpresa es que cada grupo tiene una composición heterogénea: hombres, mujeres, niños, personas muy ancianas y jóvenes robustos. Todo el poblado está en la playa, todos trabajan juntos agarrados a la misma cuerda. Todos sin excepción tirando según las fuerzas de cada cual. A veces, alguno de los jóvenes tropieza y cae en la arena, pero la persona que está detrás le da la mano, lo levanta y éste sigue tirando alegremente. Al final, todos participan en el reparto de los peces y llegan a sus cabañas, con los grandes cestos llenos de pescado sobre la cabeza.

Nuestra responsabilidad en la Iglesia, y en el mundo, puede expresarse también con esta misma imagen: estamos agarrados a la cuerda de nuestra jornada, de nuestro trabajo diario. Probablemente, sólo reparamos en el pedazo de cuerda que tenemos entre nuestras manos. A veces, puede parecernos que todo termina ahí, en esa modesta ocupación, en esas preocupaciones, en esos razonamientos, en ese pequeño horizonte. Pero la cuerda no se interrumpe después de nuestras manos, la cuerda continúa, está agarrada por millones de manos de este gran poblado que es el mundo. No vale refugiarse en el anonimato. La cuerda es muy sensible y transmite a nuestros compañeros de trabajo nuestro esfuerzo, pero también nuestras resistencias. Nuestro compromiso y a la vez nuestro rechazo. Cuando pensamos: ¿quién advierte mi presencia? o ¿para qué sirve mi trabajo?, debemos reconocer que todos advierten nuestra generosidad, pero también nuestra debilidad y nuestro cansancio. La red es de todos y nos liga a millones de personas, a todo el poblado. Lo que hacemos, lo que somos, lo que pensamos, lo que vivimos afecta a todos aquellos que nos rodean.

Nuestra grandeza puede hacer aumentar la estatura ajena; pero nuestra mezquindad debilita también a los otros. Nuestra pobreza interior empobrece al mundo, pero nuestra cosecha es una riqueza para todos. Al final, el Señor es quien hará la distribución, porque es Él en realidad quien sostiene los dos extremos de la cuerda y carga la mayor parte del peso. Si miramos bien, tiene las manos lastimadas por la soga. Es más, las tiene agujereadas, traspasadas de parte a parte. Precisamente, con esas manos agujereadas dará a cada uno lo suyo.

¡Quiera Dios que cada uno de nosotros, como parte de la Iglesia, sepamos agarrarnos a la cuerda de las cosas ordinarias y tirar con fuerza, para que nadie pase hambre o se debilite por culpa nuestra!