¿Qué de los falsos maestros? —Unas advertencias apostólicas

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¿Qué de los falsos maestros? —Unas advertencias apostólicas

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 por Les Thompson

¿Habrá en nuestra iglesia falsas creencias? ¿Tendremos en medio nuestro a falsos maestros que no nos enseñan la verdad?

Vayamos a las tres breves epístolas encontradas a fines del Nuevo Testamento. Veremos allí la preocupación de dos de los fieles apóstoles de Jesucristo por la pureza de la fe. Repasemos lo que nos piden, y revisemos lo que nos enseñan para ver si somos seguidores fieles de nuestro Señor Jesucristo y su Santa Palabra, o si nos estamos desviando de la verdadera fe.

Juan, el autor de 2 Juan, es uno de los doce discípulos. Ya un anciano, escribe a la “señora elegida” [esposa del Cordero] y a “sus hijos”—es decir, a la Iglesia y sus miembros (la Iglesia siempre es abordada en el género femenino, porque ella es la novia de Cristo). El propósito de la carta es advertir a los creyentes a ser fieles a la sana doctrina y advertirles contra los falsos maestros. Aprenderemos que debemos cuidarnos de los falsos maestros, puesto que ellos nos harán perder nuestra pureza espiritual para hacernos partícipes de sus equivocadas enseñanzas.

En esta breve carta Juan le recuerda a la Iglesia que Dios nos manda a amarnos unos a otros. Es decir, porque amamos a nuestros hermanos queremos protegerles del error. Hacer nada en contra de la falsa enseñanza y los falsos maestros es una muestra que no amamos a nuestros hermanos. Pensemos bien en lo que dice: “El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad,  a causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros: Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor. Permaneced en la doctrina de Cristo. Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio. Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo” (2 Juan 1-7). El favor más grande que podemos hacerle a uno que pertenece a la familia de Dios es enseñarle la verdad acerca de Jesucristo y, por amor a su alma, salvarles de aquellos que enseñan errores bíblicos.

Vayamos ahora a 3 Juan, el vigésimo quinto libro del Nuevo Testamento, que contiene solo un capítulo. Veremos cómo hemos de mostrar ese amor que defiende la verdad. Juan le escribe a un hombre llamado Gayo, un escrito para él y para la iglesia con la que estaba conectado. No hay forma de determinar quién era este hombre, ya que la Biblia no da más información sobre él. Las verdades de la carta, sin embargo, son aplicables a todos los creyentes. El propósito de la carta es felicitar a Gayo y Demetrio por su testimonio de fidelidad a la verdad cristiana y para reprobar el comportamiento de un tal Diótrefes.

Del libro aprendemos que nuestras vidas son ejemplos para bien o para mal a la gente que nos rodea. En esta carta Juan subraya la importancia de permanecer en la verdad y alejarnos de las cosas que están reprobadas. “El anciano a Gayo, el amado, a quien amó en la verdad. Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como próspera tu alma. Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 1-4).

Entonces —luego de alegrarse de que Gayo anda en la verdad— se dirige al que anda en error, al egocéntrico Diótrefes, que por su falta de amor y espíritu iracundo trae malestar y confusión a la iglesia (en la iglesia que pastorea Diótrefes no hay amor, aquello que es central al evangelio y que da evidencia que la iglesia anda en la verdad). Dice: “Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace [Diótrefes] parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia. Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios. Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero” (3 Juan 10-12). Con estas palabras el apóstol nos indica que si él llegase a ir a visitarles, confrontaría directamente al falso pastor, Diótrefes. Abiertamente le condenaría por su falsa conducta, por pretender seguir a Cristo, pero actuando sin amor y consideración a los demás, y por hablar palabras deshonestas acerca del mismo apóstol.

A veces nos equivocamos al pensar que “amar” es sinónimo de “ceguedad” —que no se ve mal en nadie. Observemos como Juan, el llamado “apóstol del amor”, muestra su amor en esta carta. Confronta a Diótrefes, al maestro falso que está trayendo división a la iglesia, y públicamente lo condena. Busquemos la definición correcta del amor. Amor es proteger al amado de todo lo malo que podría sobrecogerlo. Amor es señalarle a la amada a dónde están los peligros. Amor es defender al amado de todo aquello que quiere hacerle daño. Amor es resistir a todo aquello que pudiera perjudicar al amado, etc. Un amor falso, que da lugar a lo que destruye a la iglesia y no lo condena, no es el “amor” de que habla la Biblia.

El libro de Judas es vigésimo sexto libro del Nuevo Testamento. También contiene un solo capítulo. Judas, el autor del libro, es el medio hermano terrenal de Jesús, hijo de María y José. Fue escrito a todos los cristianos, aunque la audiencia específica eran miembros de las iglesias en Palestina y/o Asia. El propósito de la carta es advertir contra los falsos maestros. Lo que vamos a aprender del libro es que siempre debemos estar alerta debido a los falsos maestros que buscan desviar a los creyentes de la verdad de la Palabra de Dios.

En esta breve carta, dirigida a todos los creyentes, Judas expresa la importancia de celebrar las verdades de la Palabra de Dios, teniendo cuidado de no dejar que los impíos alrededor de ellos los corrompan con pensamientos, enseñanzas, e ideas falsas. “Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo, a los llamados, santificados en Dios Padre, y guardados en Jesucristo: Misericordia y paz y amor os sean multiplicados (véase 2 P. 2.1-17).  Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 1:1-4).

¿Qué querrá decir con esa frase: “que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” ¿No implica que dentro de la Iglesia siempre habrá falsos maestros, como Diótrefes, que buscan engañar a los fieles y desviarles de lo que realmente dice la Palabra de Dios? ¿No nos enseña que en la iglesia habrá contiendas en las que tendremos que defender nuestra fe ardientemente? Hay engañadores, como indica Pablo en Tito 1: 11, “a los cuales es preciso tapar la boca”. Esa confrontación lleva lucha, dolor, pena, y normalmente separación. Por esto nos advirtió Jesús: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). No es que como cristianos buscamos guerra, es que si no contendemos ardientemente por nuestra fe, los enemigos del evangelio gradualmente nos quitarán aquello que nos trajo paz y perdón y esperanza eterna. Asegurémonos de una cosa: es imposible que la verdad coexista con la mentira. Uno eventualmente ganará. ¡Qué escuro sería el mundo si la mentira llegara a reinar!

La segunda frase de Judas también nos interesa: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo”. ¿Habrá ocurrido tal tipo de incursión en nuestra iglesia? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo descubrirlo? ¿Qué hacer con los falsos maestros una vez que los descubrimos? Es a ese tipo de acción nos llama el apóstol, ya que lo más precioso que tenemos en la iglesia es la doctrina de nuestra salvación encerrada en Jesucristo. Si no somos claros en lo que es el evangelio, en cómo somos perdonados de nuestros pecados, en lo que logró Jesucristo a favor nuestro, perdemos no solo el camino a Dios, pero también el mismo fin y propósito de la Iglesia.

Hay unas ideas superficiales y engañosas que se promueven hoy en nuestras iglesias por algunos que se han sumado a aquellos que: (1) minimizan y rechazan a Jesús de Nazaret como Dios, y (2) niegan que él es nuestro único Salvador. Varios hay que defienden y apoyan religiones que niegan la total divinidad de Jesucristo, o, por otra parte, que niegan que fuera verdadero hombre. Declaran que hay un Dios, pero que Él puede ser llamado por varios nombres, como Alá o Buda. Enseñan que mientras uno sea sincero, no importa lo que crean, irán al cielo. Pero solo con un amor falso, o una tolerancia impía, podemos permitir que falsos maestros procuren destruir las bases inmovibles de nuestra fe.

Judas, además, nos recuerda que todos los engañadores serán juzgados: “Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales. ¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré” (1:10-11). Nótese que las ilustraciones que usa Judas son de notorios personajes del Antiguo Testamento. Tenemos que reconocer, entonces, que desde el mismo principio el Pueblo de Dios ha habido falsos maestros regando sus errores. En ninguna generación, en ningún lugar podemos pensar que estamos libres de los propagandistas del error. A la vez, sabemos Dios tiene para ellos un juicio terrible y temible: “cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” (Mateo 18:6-7).

Una vez que hemos sido iluminados para reconocer las doctrinas falsas, debemos añadir el “Aleluya” de Judas. Me refiero a la declaración que aparece en la clausura de su carta. Nótese que en este “Aleluya” nos da la razón por la cual debemos luchar contra el error: tenemos una obligación hacia nuestros hermanos —los menos instruidos o los incautos— para que no se dejen llevar por cualquier corriente nueva o atrayente. “Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne. Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (1:21-25).