¿Se pierde o no se pierde la salvación?

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¿Se pierde o no se pierde la salvación?

PREGUNTA

En mi ambiente eclesiástico (ciudad de San Cristóbal, estado Táchira en la República Bolivariana de Venezuela) se ha presentado o levantado una pregunta que a mi juicio está mal formulada y tiene que ver con la doctrina de la salvación, ¿se pierde o no se pierde la salvación? Siendo que ya hay suficientes “divisiones” en el Cuerpo de Cristo, les pediría que abordaran este tema de tal manera que quedara lo suficientemente claro.

RESPUESTA

En cuanto a tu pregunta te mando la respuesta que dio el mismo Apóstol Pablo. Ese, en cuanto a mí, es el testimonio que debemos y podemos creer: 2 Timoteo 2:11-13:

Palabra fiel es esta: Si somos muertos con Él, también viviremos con Él; si sufrimos, también reinaremos con Él; si le negáremos, Él también nos negará; si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo.

Este pasaje no relata la grandeza de Jesucristo de la misma forma que los otros, mientras que otros hablan de la grandeza de Su persona, este se refiere a la grandeza de Sus promesas. Nos muestra los increíbles beneficios espirituales y los innegables obsequios que Jesucristo ha hecho llover sobre nosotros por Su gracia. La primera cosa que debemos notar es que estos beneficios no son para todo el mundo. Hay una condición, sólo si morimos con Él, y si sufrimos con Él. Se trata de una relación especial que disfrutan aquellos que se identifican plenamente con Jesucristo. Cuando se habla de morir con Él se habla de la identificación que ocurre cuando alguien pide que Cristo le cubra sus pecados. Es decir, se identifica como un pecador condenado ante Dios por el cual Jesucristo murió como sustituto. Reconoce que Cristo murió en su lugar. Que con esa muerte Cristo pagó la pena de sus pecados, e indica que reconoce que esa muerte fue tan efectiva que era como que si Él también hubiera muerto en la cruz con Cristo.

Por tanto, la deuda total que le debía a Dios fue pagada. No queda nada más —ni una gran obra, ni siquiera un mínimo esfuerzo— nada que uno pueda hacer, Jesucristo ya lo hizo todo, todo, absolutamente todo, lo cubrió. Pero no solo pagó nuestra deuda, compartió con nosotros Su divina existencia —vida que es eterna, sin fin, para siempre. Cuando dice: Si sufrimos sigue hablando aun más de esa increíble identificación con Jesucristo. Quiere decir que a consecuencia de esa identificación se acepta todo lo que tiene que ver con Jesucristo —vituperios, críticas, sufrimientos, dolores, necesidades, privaciones— cualquier cosa que pueda componer a una vida que fielmente sigue y obedece a Cristo. Los sufrimientos que aquí vienen son resultado de la identificación con Él, no son creados por la persona.

Por ejemplo, al principio del capítulo mencionamos persecuciones (malentendidos, rechazos, desprecios) que llegan a los seguidores de Jesús sencillamente porque se han identificado con Él. Otro aspecto se evidencia en el área de los placeres y los gustos. Por amor a Cristo se descarta todo aquello por lo cual Él tuvo que morir en la cruz —las cosas pecaminosas de este mundo. A la vez, no quiere decir que toda la vida se viva con dolor, pena y sufrimiento. Hay gozo y gran contentamiento al seguir y vivir para Cristo.

Habiendo explicado lo que implica sufrir con Cristo, miremos más allá para entender el resto de la promesa que Él nos hace. Nos dice que nuestra identificación con Cristo es para siempre, que la promesa que nos hace de “reinar” con Él tiene que ver con la eternidad. No se trata de fantasías, como saltar de estrella a estrella, de atravesar paredes, de convertirnos en almas flotantes, algo parecido a los ángeles. Dios trata cosas serias, reales, significativas. Nos habla de “la boda del Cordero” —una fiesta de unión con Cristo, tan gloriosa, que no tiene comparación. Nos habla de un cielo y una tierra nueva, donde no hay pecado, donde todo es perfección; donde no hay dolor ni lágrimas ni más sufrimiento, donde Cristo es el centro de toda adoración, actividad y gloria, donde “reinaremos” con Cristo para siempre.

Entonces viene una frase que es mal entendida por muchos: “si le negáremos, el también nos negará“. Piensan que se refiere a una caída, a un fracaso, a un lapso en su vida cristiana. Piensan que con tal fracaso pierden su salvación. No, el apóstol Pablo no se refiere a eso, se refiere más bien a los que no creen en Cristo, a los que rehúsan aceptarle como Dios y Salvador. Se trata de aquellos que le rechazan, que niegan su divinidad, que niegan la eficacia de su muerte en la cruz. Es a tales que Cristo le negará la salvación y el perdón. Precisamente la frase que sigue lo aclara, ya que habla de fracasos y caídas: “si fuéremos infieles, el permanece fiel; Él no puede negarse a si mismo“. Nos da con estas palabras confianza, seguridad de que Cristo nunca nos abandonará, ¡no importa lo que hagamos! Nos ayuda a comprender cuán grande es Su salvación, cuán total y comprensivo es Su perdón. Que no hay nada —incluso en nuestros peores fracasos— que nos pueda separar de Cristo. Esa última frase es la que debe llenarnos de gozo y confianza. Es la más gloriosa de todas —y podemos personalizarla. Es la promesa inviolable de Jesucristo que me asegura a mí que yo le pertenezco a Él.

Como Creador del mundo, el que gobierna todo, el que sustenta a todo con el poder de Su palabra, el que se sienta a la diestra de la Majestad celestial, ahora promete que nunca me abandonara. El siempre estará a mi lado y vendrá a mi defensa. Es para asegurarme que Él es mío y yo soy de Él. Mi todo poderoso Jesucristo nunca me dejará ni me desamparará. Siempre y en todo lugar me será fiel. Y lo mas significativo e impresionante que me promete sobre toda cosa es que me dice que si yo llegare a fallarle o a serle infiel, el nunca, nunca, nunca me será infiel: “Si fuéremos infieles, el permanece fiel”, Él no puede negarse a sí mismo. ¡Increíble!

Concluye el pasaje con otro aspecto de esa identificación —la más gloriosa de todas— y una que podemos personalizar. Esta promesa dada por Jesucristo me señala que si estoy con Él (el Creador del mundo, el que gobierna todo, el que controla todo, el que se sienta a la diestra de la Majestad celestial), Él siempre estará a mi lado y a mi defensa. Es como si fuéramos una sola identidad, Cristo y yo. Él es mío y yo soy de Él. Mi todopoderoso Jesucristo nunca me dejará ni me desamparará. Siempre y en todo lugar me será fiel. Y lo más significativo e impresionante que me promete es que me dice que si yo llegara a fallarle o a serle infiel, Él no me abandonará, pues Él nunca, nunca, nunca me será infiel: “Si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo“. ¡Increíble! Esa, créalo o no, es la palabra del maravilloso Salvador. Nunca ha mentido y no creo que ahora comience a hacerlo. Por lo tanto, acepto su promesa y me glorío en todo lo que significa para mí ahora y en la eternidad.

Les Thompson