La resurrección de Jesús —un hecho en la historia

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La resurrección de Jesús —un hecho en la historia

Os he enseñado lo que asimismo recibí:
Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día,
conforme a las Escrituras.”
y… si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación,
vana es también vuestra fe.
1 Co 15:3-4,14 (1-8); Mt 27:57-66

Esquema

1. El núcleo de la fe.

1.1. La resurrección es un milagro.
1.2. No puede probarse científicamente.
1.3. Diferencia entre “hecho” y “fábula”.
1.4. Testigos del singular acontecimiento.

2. El testimonio de la Escritura.

2.1. Un sello romano roto.
2.2. Una tumba vacía.
2.3. La gran piedra circular quitada.
2.4. Una mortaja intacta.
2.5. Apariciones del resucitado.

3. La fe de los cristianos.

Contenido

La resurrección, tanto si nos referimos a la de Jesús como a la del resto de la humanidad, es un tema humano límite. Es nuestro último atrevimiento frente a las tumbas de los seres queridos, porque es la esperanza que nos queda, a los creyentes, de volver a verlos. No será nunca un acontecimiento demostrado ni demostrable, más bien podemos decir, como escribía Unamuno: Nada digno de probarse puede ser probado o desprobado. El lenguaje sobre la resurrección sólo se torna indigno cuando se vuelve demasiado seguro; un discurso sobre este tema que no tuviera un ápice de vacilación resultaría, paradójicamente, poco convincente. Si la resurrección de Jesús pudiera demostrarse, como pretende la apologética tradicional, ¿de qué nos serviría la fe? Algo que está demostrado no necesita de la fe. Sin embargo, Pablo les dice a los corintios que por fe andamos, no por vista (2 Co 5:7).

1. El núcleo de la fe

A pesar de todo esto, la resurrección de Jesús es el núcleo central del Nuevo Testamento y del Cristianismo. Sin resurrección no hay Cristianismo: Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe (1 Co 15:14), vuelve a decir el apóstol Pablo.

1.1. La resurrección es un milagro
¿Cuál es nuestra posición respecto a los milagros? Muchas personas no creen en los milagros porque consideran que la naturaleza se rige por unas leyes que no pueden ser violadas. Los milagros serían, desde esta perspectiva, una realidad imposible, como decía el famoso teólogo modernista, Rudolf Bultmann: Jesús no resucitó porque la resurrección es imposible.

No obstante, la cuestión que debemos preguntarnos es: ¿todo aquello que no entendemos es imposible? ¿Todo lo que no comprendemos no ocurre? Este esquema mental, este paradigma científico, esta idea clási­ca de la ciencia, tan querida durante la época moderna, está empezando a cambiar en los últimos tiempos. El escepticismo de la posmodernidad ha llegado también a la ciencia. Ahora empieza a aceptarse que hay cosas que no pueden explicarse con el método científico tradicional y, sin embargo, ocurren. Hasta hace relativamente poco, se consideraba el mundo como cerrado en sí mismo, algo similar a una máquina o a un reloj al que se le había dado cuerda. Una entidad que resultaba perfectamente investigable. Se creía así que todos los misterios del universo serían explicados por la ciencia. En un mundo como ése, Dios no podía intervenir. Sin embargo, en la actualidad, esto se cuestiona, y con razón, como ha explicado bien el filósofo Karl Popper.

Hoy se cree que la realidad del cosmos es dinámica, cambiante y abierta a la posibilidad divina. Si se acepta que el mundo es abierto, y que puede ser comparado con un iceberg, del que sólo se conoce una pequeña parte, que es más lo que no se ve que lo que se ve, entonces, sí es posible el milagro. Muchos astrofísicos se refieren a la probabilidad de que existan bastantes más dimensiones en el universo de las cuatro a las que estamos habituados. La Física cuántica y la teoría general de la relatividad permiten suponer que, además de las tres dimensiones espaciales, ancho, largo, alto, más el tiempo, podrían haber otras que desconocemos y en las que lo que hoy consideramos como milagros sobrenaturales pudieran darse de manera natural.

1.2. No puede probarse científicamente
A pesar de todo, hoy por hoy, la resurrección de Jesús no puede ser probada, como no puede ser probado científicamente ningún hecho histórico. Uno de los elementos del método científico es precisamente la reproducción del fenómeno natural en el laboratorio para su de­mostración. Pero, evidentemente, los hechos históricos no pueden re­producirse, ya que ocurren una sola vez. La historia es, por tanto, una disciplina que no puede seguir, paso a paso, el método científico, que se aplica en las ciencias de la naturaleza.

1.3. Diferencia entre “hecho” y “fábula”
El apóstol Pedro escribe: Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas. sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad (2 P. 1:16). Decir que la resurrección de Cristo solamente fue una confusión en las mentes de sus discípulos, ya que no soportaban la idea de que hubiera muerto, es desconocer que aquellos hombres distinguían perfectamente entre los hechos reales y las fábulas artificiosas. Ellos sabían bien que los muertos no suelen resucitar, de ahí la incredulidad de Tomás, así como la de los griegos del Areópago ante el discurso de Pablo.

1.4. Testigos del singular acontecimiento
Las versiones de la resurrección que da el Nuevo Testamento ya circulaban cuando todavía vivían los contemporáneos de Jesús. Estas personas pudieron confirmar o negar la veracidad de lo que predicaban los apóstoles. Los evangelistas fueron testigos directos de la resurrección, o bien relataron aquello que testigos oculares les habían contado. Los apóstoles defendieron el Evangelio apelando al común conocimiento del hecho de la resurrección de su Maestro: Y gozaban de gran simpatía entre el pueblo (Hch. 4:33); ¿cómo podían gozar de gran simpatía entre el pueblo si la resurrección no hubiera sido un suceso verdadero? Si mintieron deliberadamente, ¿acaso la gente, que conocía la verdad, lo habría tolerado?

2. El testimonio de la Escritura

2.1. Un sello romano roto
Cuando el gobierno romano ponía un sello en cualquier lugar para evitar que se manipulase algo, la pena por violarlo era la crucifixión cabeza abajo. ¿Quién se hubiera atrevido, en esos momentos, a arrancar el sello de arcilla que Roma había colocado en la tumba de Cristo?

Recuerde que los discípulos estaban asustados y desorientados.

2.2. Una tumba vacía
Este es el detalle más importante, ya que la mayoría de las religiones se basan en tumbas llenas con los restos de sus líderes, a las que los fieles acuden en peregrinación para venerarles. Sin embargo, la tumba de Jesús quedó vacía por los siglos de los siglos. Los discípulos, gracias la fuerza emocional que les produjo ver a su Maestro resucitado, no empezaron a predicar en Atenas o en Roma, donde nadie hubiera podido contradecirles, sino que valientemente se dirigieron a Jerusalén y, allí, hablaron de Cristo resucitado. Si la tumba no hubiera estado vacía realmente, o si el cuerpo de Jesús hubiera sido arrojado a una fosa común, como algunos pretenden, la predicación de los apóstoles habría sido denunciada rápidamente por muchos de sus adversarios.

No obstante, la explicación oficial que se dio, acerca de que los discípulos habían robado el cuerpo, demuestra que la tumba estaba realmente vacía. Recordemos Mateo (28:11-15). ¡Cómo iban a robar el cuerpo unos discípulos que habían huido presa del pánico! Además, muchos de ellos fueron perseguidos, metidos en la cárcel, torturados e incluso martirizados, por predicar la resurrección; ¿hubieran soporta­do todo esto por una mentira? Hay tradiciones, tanto romanas como judías, que reconocen que la tumba estaba vacía. Esta es una evidencia muy fuerte porque se basa en fuentes hostiles al Cristianismo. Josefo, que era un historiador judío, así lo reconoce.

2.3. La gran piedra circular quitada
La guardia romana, formada por un grupo de 4 a 16 soldados, estaba ausente de su puesto. Dormirse era castigado con la pena de muerte en la hoguera. ¿Qué les ocurrió? La realidad es que la piedra circular que cerraba la tumba, de unas dos toneladas de peso, apareció quitada de su lugar.

2.4. Una mortaja intacta
Cuando entraron en la tumba, descubrieron que la mortaja aún estaba allí, intacta y bien colocada. Dicha mortaja pesaba unos cuarenta kilos y estaba constituida por tela y ungüentos aromáticos. Es como si el cuerpo de Cristo se hubiera evaporado a través de los lienzos, ya que estos conservaban todavía la hechura del cadáver.

2.5. Apariciones del resucitado
Los textos de 2 Mateo (28:8-10), y 1 Corintios (15:3-8), indican que más de quinientas personas vieron a Cristo resucitado. Esto implica que, cuando se escribieron tales relatos, la mayoría de los individuos que presenciaron el acontecimiento de la resurrección, aún estarían vivos y podían testificar la veracidad o falsedad de los hechos. Sin embargo, no se sabe de ningún testigo que intentara desmentir la predicación apostólica acerca de la resurrección de Jesús.

Por otro lado, no se deben confundir las apariciones con alucinaciones, Según la psicología, las personas que sufren alucinaciones poseen normalmente un carácter paranoico o esquizofrénico, éstas se refieren siempre a experiencias pasadas c, igualmente, suele darse una actitud de expectativa en el individuo que las sufre. No obstante, ninguna de las personas que aparecen en el texto bíblico reúne estas condiciones anormales. Por el contrario, las apariciones se produjeron en horas, situaciones y con personas diferentes, que poseían temperamentos distintos y que también tuvieron reacciones diferentes: por ejemplo, María se emocionó, los discípulos se asustaron, Tomás mostró incredulidad. Las apariciones no corresponden a un modelo estándar, fijo, establecido y estereotipado. Cada una es bien distinta de las demás.

El prestigioso teólogo alemán de la Universidad de Francfort, Hans Kessler, escribe: Una explicación puramente psicológica es incompatible con la seriedad y el alcance religioso de los textos. Las apariciones pascuales del resucitado no deben concebirse como visiones.

Las mujeres fueron las primeras en ver a Jesús resucitado, hecho poco convencional, ya. que según los principios judíos, las mujeres no eran testigos válidos como evidencia legal. No servían como primeros testigos, sin embargo, lo fueron ya que el Maestro las eligió a ellas. Si el relato hubiera sido manipulado para mayor credibilidad, ¿no se hubie­ra aparecido primero a los discípulos varones? También se manifestó a personas que, al principio, le eran hostiles, como el propio Saulo de Tarso. Él fue quien años después escribiría estas palabras:

y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?

Lo que Pablo quería decir es que la muerte, lo mismo que un escorpión privado de su aguijón venenoso, no puede dañar a los que están en Cristo. Y estar en Cristo significa dejarse vivificar por el poder de su resurrección: Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán “vivificados” (1 Co 15:22).

3. La fe de los cristianos

También la fe de los creyentes a través de la Historia es un claro testimonio de la resurrección de Jesús. La fe que nos hace disimular el dolor, la que nos permite sonreír en medio del sufrimiento, la que nos da fuerza para vivir en medio de los problemas y la adversidad. Desde esta perspectiva, el creyente está inmunizado frente a la muerte, pues ha aprendido a paladear con tranquilidad el sabor de la resurrección.

A veces, los cristianos pensamos en la existencia después de la muerte como en algo lejano que ocurrid. en el futuro, en el día postre­ro, cuando Dios resucite a su pueblo. Y es verdad. Pero en este mundo hay personas que viven ya disfrutando de la resurrección. Se puede experimentar cada día sin necesidad de esperar la muerte, porque la re­surrección es vivir más la vida, disfrutando plenamente de ella. Cuando nos alegramos con los amigos y hermanos, al fomentar el afecto fraternal, mientras comemos juntos, hacemos planes y compartimos ilusiones, para que la iglesia se desarrolle, estamos saboreando la resu­rrección. También cuando compartirnos problemas, nos consolamos y ayudamos mutuamente.

La resurrección que logró Cristo, al vencer definitivamente la muerte, es como un fuego que corre por la sangre de la humanidad, un fuego que nada ni nadie puede apagar. Nada ni nadie, salvo nuestro propio egoísmo, nuestras rivalidades, los celos o el desamor. El individualismo egoísta es como un cubo de agua fría capaz de apagar el fuego gozoso de la resurrección.

Los vivificados, a que se refiere el apóstol Pablo, son los que tienen un “plus” de vida, y este “plus” les sale por los ojos brillantes, se detecta en esa mirada comprensiva, en esa madurez humana, en esa resignación ante lo inevitable, en la capacidad para perdonar, en su altruismo y solidaridad hacia el prójimo. Este “plus” se convierte en seguida en algo contagioso, algo que nos demuestra que toda persona que ha descubierto a Cristo es capaz de sobrepasar a la persona que es, y no por sus propios méritos sino por la incomparable gracia de Dios.

Lo más extraordinario de la resurrección de Jesús es que puede hacer, de cada uno de nosotros, una persona vivificada. Es cierto que la realidad de la muerte nos va cortando ramas todas las noches. Es verdad que cuando empezamos a vivir, empezamos también a morir, pero, como la vida es más fuerte, también podemos reverdecer cada mañana esas ilusiones y esperanzas que nos fueron podadas por la noche. ¿Cómo podemos hacerlo? Pablo escribe a los cristianos de Roma y les dice: La noche esta avanzada y se acerca el día. Desechemos pues las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz… Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo (Ro 13:12-14).

Vestirse del Señor Jesucristo es levantarse cada mañana dispuesto él vivir y no a vegetar. Mirarse en el espejo y preguntarse: ¿qué voy a hacer hoy? ¿En qué voy a invertir mi tiempo? ¿Cuál es el verdadero sentido de mi vida en este mundo? ¿A quién voy a hacer feliz?

Cuando Jesús resucitó no lo hizo para lucir su cuerpo, o presumir de lo que podía hacer con su nueva corporeidad inmaterial, sino para ayudar él los suyos, que lo estaban pasando mal atrapados por el miedo a la muerte, anunciarles la vida y, a la vez, dar vida a la humanidad. De la misma manera, para ingresar en esta singular asociación de vivificados, sólo hay que sumergirse en el río de la esperanza cristiana y, como con­secuencia de ello, salir de él chorreando amor a los demás. Pablo resume así la esperanza del cristiano: si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere, la muerte no se enseñorea más de él …Así también vosotros considerados muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Ro 6:8-11).

¡Ojalá que el poder de la resurrección de Cristo alcance a todos los presentes para que puedan pasar definitivamente de la muerte a la vida!