La mayordomía: un desafío bíblico-teológico

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La mayordomía: un desafío bíblico-teológico

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por Richard P. Ramsay

INTRODUCCIÓN

Cuando usted entregó su vida al Señor Jesús, se supone que le entregó todo, ¿no es cierto? Su vida es como una casa que tiene un nuevo dueño, y usted le entregó las llaves. Pablo dice, «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Corintios 3.16) Cada pieza de nuestra «casa» le pertenece a Dios. No obstante, a veces tenemos habi­taciones cerradas con llave que no queremos entregar. Son áreas de nuestra vida que son difíciles de rendirle a Él. El uso de nuestras posesiones y nuestro dinero es una de esas áreas.

El Señor quiere entrar también esta habitación para limpiar y ordenarla. Si usted puede soltar las llaves de esta habitación, será una persona libre de culpa y preocupaciones. ¡Aprenderá a des­cansar en Él para cada aspecto de su vida!

El objetivo de este artículo es mostrar algunas pautas bíblicas para el uso de nuestros bienes. Seguiremos el orden bíblico, em­pezando con Génesis y siguiendo hasta las cartas de Pablo. Per­mita que el Señor le muestre algunos principios importantes de la mayordomía, y ¡esté dispuesto a cambiar su vida!

EN EL HUERTO DEL EDÉN

Dios ha dado al hombre la tarea de «sojuzgar» la tierra y «señorear» sobre todos los animales. Como Dios es dueño de la tierra, decimos que el hombre es el «mayordomo» de la creación, el que cuida los bienes que pertenecen a otro.

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multipli­caos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra (Génesis 1.28).

El primer trabajo encomendado al hombre fue el de cuidar el huerto de Edén.

Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase (Génesis 2.15).

El segundo trabajo fue el de poner nombres a los animales.

Jehová Dios formó, pues de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre (Génesis 2.19).

Note que el hecho de tener que trabajar no es un castigo o una consecuencia de la caída. El hombre tenía que trabajar aun antes. El trabajo es parte de la imagen de Dios en el hombre; Dios trabajó seis días en la creación, y cuando hizo al hombre, lo hizo para trabajar también. El hombre se realiza a través del tra­bajo y se siente bien consigo mismo. El trabajo no es una ver­güenza, sino que es parte de la dignidad del hombre.

Administrar la creación involucra mucho más que cuidar las plantas. Para «sojuzgarla», el hombre tiene que organizarse y crear las estructuras sociales necesarias. Tiene que mantener orden con la multiplicación de la población. Esto nos lleva inmediatamente a pensar en el comercio, la política y la economía. La tarea de nom­brar los animales sugiere una actividad científica, de clasificarlos. Esto nos hace pensar en las ciencias, la investigación y la educa­ción. Sin el pecado, el hombre habría desarrollado una sociedad compleja y ordenada, con una cultura sana, y con organizaciones sociales que funcionaran bien. Génesis 1.28 ha sido llamado «el mandato cultural», porque Dios manda al hombre a desarrollar la cultura de acuerdo con Su voluntad. Aunque la Biblia no utiliza el término «mandato cultural», la idea está incluida en el concepto del «reino de Dios», un término usado con mucha frecuencia en la Biblia. El reino de Dios es el cumplimiento del mandato cultural.

Pero el pecado destruyó la posibilidad de trabajar y realizar el «mandato cultural», de establecer el reino de Dios, sin la inter­vención sobrenatural de Dios en Jesucristo.

Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás (Génesis 3.17-19).

El hombre sigue siendo mayordomo de la tierra, pero el pe­cado ha hecho difícil su tarea. El «mandato cultural» sigue vigen­te, pero ahora se ha complicado con la distorsión de la imagen de Dios en el hombre. El trabajo ya no es de todo placentero, sino que frecuentemente es tedioso.

EL PENTATEUCO

  1. El maná
    Hay una lección de fe en la historia del maná en el desierto. Los israelitas tenían que recoger diariamente la porción de este pan celestial milagroso que les correspondía. En el sexto día, debían recoger el doble, para tener suficiente para el día de reposo, sin recoger más en ese día.

    Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. Mas en el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día (Éxodo 16.4-5).

    Cada uno debía recoger lo justo y suficiente para comer, nada más y nada menos. Si alguien no tomara suficiente, de todas maneras, Dios le haría multiplicar lo poco que tenía para que no le faltara. Si alguien tomara demasiado, en forma egoísta, sin confiar en Dios, Dios haría que de todas maneras no le sobrara. Cada uno tendría lo necesario, ni más ni menos.

    Esto es lo que Jehová ha mandado: Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer; un gomer por cabeza, conforme al número de vuestras personas, tomaréis cada uno para los que están en su tienda. Y los hijos de Israel lo hicieron así; y recogieron unos más, otros menos; y lo medían por gomer, y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había reco­gido poco; cada uno recogió conforme a lo que había de comer. Y les dijo Moisés: Ninguno deje nada de ello para mañana (Éxodo 16.16-19).

    Esta provisión milagrosa no permitía el egoísmo, y enseñaba a confiar en el Señor. Tenían que confiar en el Señor diariamente para su sostén, tal como dice la frase en la oración del Padre Nuestro, «danos hoy el pan de cada día.» Dios siem­pre da lo justo y suficiente para cada día.
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  2. Los diez mandamientos
    En los diez mandamientos, encontramos dos principios clave: el trabajo/reposo, y la prohibición del robo. En el cuarto man­damiento, se instruye a trabajar seis días y descansar el sép­timo. Por un lado, vemos de nuevo que el trabajo es algo bueno; la Biblia no sugiere en ningún lugar que el hombre debe buscar la forma de trabajar lo menos posible. Por otro lado, el descanso también es esencial; es parte de una buena mayordomía. El hombre tiene que cuidarse a sí mismo para poder seguir cuidando la creación. Si se cansa demasiado, se enferma y no puede trabajar.

    Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo,ni tu hija,ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová ben­dijo el día de reposo y lo santificó (Éxodo 20.9-11).

    El octavo mandamiento prohíbe el robo.

    No hurtarás (Éxodo 20.15).

    Este mandamiento presupone cierto concepto de la «propie­dad privada». Es decir, los bienes pertenecen a alguien, y si otra persona los toma, es un robo. Uno de los primeros prin­cipios de la mayordomía es de respetar la propiedad de otros.
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  3. El año sabático y el año de jubileo (Levítico 25)
    La observación del año sabático y del año de jubileo era una extraordinaria medida para proteger al pueblo de Israel con­tra abusos, y para enseñarles a confiar en el Señor. Contiene lecciones fundamentales para la mayordomía. Cada siete años, debían dejar descansar la tierra, sin sembrar para una nueva cosecha. Después de siete años sabáticos, también debían celebrar otro año más de descanso, justo después de un año sabático; esto era nombrado apropiadamente el año de jubi­leo. ¡Los terrenos volvían a sus dueños originales, las deudas se perdonaban, y los prisioneros fueron liberados! Los que habían tenido que venderse como siervos, recibían su liber­tad también.

    Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis li­bertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra pose­sión, y cada cual volverá a su familia (Levítico 25.10).
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    Y cuando tu hermano empobreciere, estando conti­go, y se vendiere a ti, no le harás servir como esclavo. Como criado, como extranjero estará contigo; hasta el año del jubileo te servirá.Entonces saldrá libre de tu casa; él y sus hijos consigo, y volverá a su familia, y a la pose­sión de sus padres se restituirá (Levítico 25.39-41).

    Esta ley animaba a usar iniciativa, porque si alguien trabajaba con mucho empeño, tendría mejor cosecha, y podría com­prar más terreno. Pero la ley también aseguraba compasión en los negocios; impedía que se amontonara riquezas de una generación para otra. Es decir, no podían comprar más terre­no, pasárselo al hijo, y el hijo a su hijo, etc. El proceso de acumular más terreno terminaba después de una sola genera­ción. Al año cincuenta, se devolvía todo al dueño original. Esto significaba que, en vez de comprar un terreno de otro dueño, en realidad se alquilaba, y se pagaba el porcentaje de años que podía usarlo antes del próximo año de jubileo.

    Conforme al número de los años después del jubi­leo comprarás de tu prójimo; conforme al número de los años de los frutos te venderá él a ti. Cuanto mayor fuere el número de los años, aumentarás el precio, y cuanto menor fuere el número, disminuirás el precio; porque según el número de las cosechas te venderá él (Levítico 25.15-16).

    En el sentido estricto de la palabra, ningún hombre es dueño de nada, porque todo es de Dios. Somos todos extranjeros, visitas, en propiedad de Él.

    La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo (Levítico 25.23).

    Podemos imaginar la pregunta de los israelitas cuando escu­charon que tenían que guardar el año sabático o el año de jubileo. No podían sembrar ni cosechar. ¿Qué iban a comer?

    Y si dijereis: ¿Qué comeremos el séptimo año? He aquí no hemos de sembrar, ni hemos de recoger nues­tros frutos; entonces yo osenviaré mi bendición el sexto año, y ella hará que haya fruto por tres años (Le­vítico 25.20-22)

    Aquí hay otro principio importante: Si obedecemos al Señor, Él nos cuidará. Fíjese que la obediencia nace de la fe. Es decir, si confiamos en Él, haremos lo que Él dice, y no nos preocuparemos. Si no confiamos en Él, haremos todo a nues­tra manera, y no obedeceremos.
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  4. El diezmo:
    Un «diezmo» es un diez por ciento. Los israelitas tenían que entregar un diez por ciento de su cosecha y de sus animales al Señor. Era «dedicado a Jehová», «consagrado a Jehová». Si preferían dar dinero, en vez de dar 10% de su cosecha o animales, tenían que agregar un 20% al precio comercial. Por ejemplo, si debían dar 10 ovejas que valían 100 dólares cada una, tendrían que dar un diezmo de $1.200 dólares en dine­ro y no solamente $1.000 dólares. No podían elegir los animales más débiles, sino que según pasaban por la vara, tenían que sacar cada décimo animal.

Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová. Y si alguno quisiere rescatar algo del diezmo, añadirá la quinta parte de su precio por ello (Levítico 27.30-31).

Los diezmos se entregaban a los levitas, los sacerdotes, para su comida y para su ministerio. Ellos necesitaban el diezmo porque no habían heredado ningún terreno.

Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión (Números 18.21).

Los israelitas debían diezmar cada año de todos sus produc­tos: granos, vino, aceite, y las primicias de sus animales.

Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. Y comerás de­lante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días (Deuteronomio 14.22-23).

Cada año hacían una fiesta religiosa en Jerusalén, y usaban los productos que entregaban como diezmo para celebrar. El acto de dar el diezmo era un momento de alegría y celebra­ción. Aparentemente, después de la fiesta, dejaban el resto del diezmo para los levitas en el templo en Jerusalén. Esto les daría comida para el resto del año.

…y comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras familias, en toda obra de vuestras manos en la cual Jehová tu Dios te hubiere bendecido (Deuteronomio 12.7).

Cada tercer año, en vez de usar estos productos para la fies­ta religiosa de su propia familia en Jerusalén, los entregaban a los levitas, los extranjeros, los huérfanos, y las viudas en sus propias ciudades.

Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciu­dades. Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán sacia­dos; para que Jehová tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren (Deuteronomio 14.28-29).

RESUMEN:

Los principios éticos que encontramos en la ley de Moisés son extraordinarios, y dignos de practicar hoy en día. No tene­mos que guardar cada aspecto de estas leyes al pie de la letra; sería prácticamente imposible imponer una ley del año de jubileo, por ejemplo. (¿Quiénes eran los dueños originales de los terre­nos?) No obstante, hay pautas muy importantes para nuestros gobiernos y para nuestras familias.

  1. Podemos confiar en Dios diariamente para nuestro sostenimiento.
  2. Cuando le obedecemos, Él es fiel y nos cuidará.
  3. Debemos demostrar compasión y justicia con los necesitados.
  4. Debemos descansar y dejar a otros descansar.
  5. Debemos dar el diezmo.
  6. Debemos respetar la propiedad de otros.
  7. Podemos trabajar para mejorar nuestra situación, pero no amon­tonar riquezas en forma egoísta de generación en generación.

PROVERBIOS

Es de esperar que el libro de sabiduría contiene muchos con­sejos prácticos acerca de la mayordomía. Hay un fuerte énfasis en el esfuerzo, la diligencia, la honestidad, y en la dignidad del trabajo.

Ve a la hormiga, oh perezoso,
Mira sus caminos, y sé sabio;
La cual no teniendo capitán,
Ni gobernador, ni señor,
Prepara en el verano su comida,
Y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento.
Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño?
Un poco de sueño, un poco de dormitar,
Y cruzar por un poco las manos para reposo;
Así vendrá tu necesidad como caminante,
Y tu pobreza como hombre armado.
(Proverbios 6.6-11)
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El peso falso es abominación a Jehová;
Mas la pesa cabal le agrada (Proverbios 11.1).
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Mejor es el pobre que camina en integridad,
Que el de perversos labios y fatuo (Proverbios 19.1).

Se hace el contraste entre el perezoso y el sabio. El sabio trabaja fuerte, planifica, y usa correctamente sus bienes, mien­tras el perezoso se ve ridículo a su lado.

El perezoso no ara a causa del invierno;
Pedirá, pues, en la siega, y no hallar (Proverbios 20.4)
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Prepara tus labores fuera,
Y disponlas en tus campos,
Y después edificarás tu casa (Proverbios 24.27).
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Dice el perezoso: El león está en el camino;
El león está en las calles.
Como la puerta gira sobre sus quicios,
Así el perezoso se vuelve en su cama (Proverbios 26.13-14).

LOS PROFETAS

En los libros proféticos, encontramos principios de mayor­domía en las denuncias de Dios contra Su Pueblo. Los juzga es­pecialmente por dos motivos: 1. No mostrar justicia y misericor­dia con los pobres, y 2. No dar el diezmo.

Jehová vendrá a juicio contra los ancianos de su pueblo y contra sus príncipes; porque vosotros habéis devorado la viña, y el despojo del pobre está en vues­tras casas. ¿Qué pensáis vosotros que majáis mi pueblo y moléis las caras de los pobres? dice el Señor, Jehová de los ejércitos (Isaías 3.14-15).

Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes; y el hijo y su padre se llegan a la misma joven, profanando mi santo nombre.

Como consecuencia por no haber sido justo y com­pasivo con los pobres, Dios quitó las propiedades de los ricos y las entregó a los pobres. Cuando los babilonios llevaron cautivo a Judá, los pobres quedaron con las viñas y las tierras (Amos 2.7).

Y a los del pueblo que habían quedado en la ciu­dad, a los que se habían pasado al rey de Babilonia, y a los que habían quedado de la gente común, los llevó cautivos Nabuzaradán, capitán de la guardia. Mas de los pobres de la tierra dejó Nabuzaradán, capitán de la guardia, para que labrasen las viñas y la tierra.

Según Malaquías, no dar el diezmo es una forma de robar a Dios, y demuestra falta de confianza en Dios (2 Reyes 25.11-12).
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¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me ha­béis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldi­ción, porque vosotros, la nación toda, me habéis roba­do. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde (Malaquías 3.8-10).

EL NUEVO TESTAMENTO

En el Nuevo Testamento hay un cambio de actitud hacia las leyes del Antiguo Testamento, sin cambiar los valores subyacen­tes. La nueva actitud pone todas las normas éticas en un contexto de gracia. Además, los creyentes del Nuevo Testamento son tra­tados más como adultos, lo cual significa que, junto con más li­bertad, hay más responsabilidad.

No es necesario guardar todas leyes del Antiguo Testamento exactamente de la misma manera hoy en día. Ya no practicamos las leyes ceremoniales porque Jesús ya hizo el último sacrificio. Ya no tenemos que guardar las leyes civiles (como el año de jubi­leo, por ejemplo) porque el Pueblo de Dios no es una sola na­ción, sino es gente de todas las naciones. Pero hay principios éticos universales que todavía son vigentes.

Sobre todo, se incentiva a desarrollar una actitud de des­prendimiento, confiando en Dios para cuidarnos.

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones nominan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (Mateo 6.19-21 y 24-34).

Los judíos en el tiempo de Jesús habían llegado a creer que la riqueza era señal obvia de la bendición de Dios, y que la pobreza era señal de castigo, pero Jesús corrige este malentendido, ense­ñando que los pobres son bendecidos.

Y alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bien­aventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis (Lucas 6.20-21).

El principio del diezmo es repetido por Jesús en el Nuevo Testamento, en forma indirecta. Los fariseos habían hecho de tales leyes algo legalista, y le habían dado demasiada importan­cia. No obstante, en las palabras de Jesús, el diezmo, sin ser «lo más importante de la ley», todavía es un principio que no debe­mos dejar al lado.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello (Mateo 23.23)

Algunos de los cristianos del Nuevo Testamento se sentían tan comprometidos, tan llenos de amor, y tan confiados en el Señor, que ellos entregaban sus propiedades para ayudar a los pobres entre ellos. Esto era voluntario, y no se pretendía estable­cer una ley para todos en todo tiempo. Sin embargo, la actitud es digna de imitar, y demuestra un cambio radical en valores que hace mucha falta en nuestra sociedad consumista y materialista de hoy. ¡Sus bienes ya no tenían importancia! En vez de dar sola­mente un diezmo, ¡dieron todo!

Todos los que habían creído estaban juntos, y te­nían en común todas las cosas; y vendían sus propieda­des y sus bienes, y lo repartían a todos según la nece­sidad de cada uno (Hechos 2.44-45).

Pablo exhorta a ser generosos con los necesitados, mostran­do gracia, imitando el ejemplo de Jesús, quien se hizo pobre para hacernos ricos.

Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en pala­bra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia. No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceri­dad del amor vuestro. Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su po­breza fueseis enriquecidos (2 Corintios 8.7-9).

Asegura que esto no debe ser una carga que causa tristeza, sino una alegría, y que Dios proveerá por nuestras necesidades.

Pero esto digo: El que siembra escasamente, tam­bién segará escasamente; y el que siembra generosa­mente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y pode­roso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las co­sas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra (2 Corintios 9.6-8).

RESUMEN

El énfasis del Nuevo Testamento está especialmente en la actitud que debemos tener. Nos desafía a ser generosos, y garan­tiza que Dios nos cuidará. Nos exhorta a descansar en el Señor, sin preocuparnos por las cosas materiales. Los primeros discípu­los dieron todo para el avance del evangelio, sabiendo que esta­ban invirtiendo en algo eterno. No hay énfasis en reglas fijas en el Nuevo Testamento, pero se enseña que nuestra fe en Jesús transforma la vida tanto que estaremos dispuestos a ayudar a otros, sacrificando nuestra propia comodidad.

CONCLUSIÓN

Siempre parece que nos falta dinero, que siempre nos falta mejor ropa, que estamos haciendo «gimnasia bancaria» para so­brevivir el mes. A veces las posesiones y las presiones nos hacen vivir una vida estresada. Pero el Señor quiere librarnos de ese estilo de vida. Él pide que seamos fieles y generosos, sabios y diligentes, y promete cuidarnos.

Es como la historia del hombre en el desierto que encontró una bomba de agua al lado de un pozo. Había un pequeño frasco de agua y una nota que decía:

¡Ojo! ¡No tomes esta agua! Tienes que usarla para mojar la bomba, para que funcione. Si tú tomas esta agua, toma­rás poquita, y después no habrá más agua para nadie. Si tienes fe y viertes esta agua en la bomba, podrás tomar agua, y dejar el frasco lleno para el próximo viajero.

Así es con nuestras posesiones y nuestro dinero. Si tenemos fe, compartiremos con otros generosamente, y el Señor nos cui­dará. ¡Todos recibiremos el beneficio! Pero si somos egoístas, nadie recibe nuestra ayuda, y Dios tampoco promete cuidarnos de la misma manera.