¿Hay que engañar para Evangelizar?

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¿Hay que engañar para Evangelizar?

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Reflexiones sobre una estrategia evangelística muy usada

por Wilbur Madera

Hace algunos años estaba con mi esposa paseando por la zona hotelera de Cancún, cuando nos interceptó un hombre muy entusiasta que nos dio la gran noticia que éramos los invitados de honor de cierto hotel. La invitación incluía un desayuno para toda la familia y un paseo por sus instalaciones. Nos sentimos verdaderamente afortunados y aceptamos gustosos, ignorando lo que nos aguardaba. En efecto, sí hubo un desayuno y una rápida visita a las instalaciones, pero no sin antes haber pasado dos horas en un conato de venta de un “tiempo compartido” por varios miles de pesos al mes. Acabamos todos frustrados. Ellos por no haber logrado una venta y nosotros, por haber perdido un tiempo invaluable de nuestras vacaciones.

Este evento, por haber sido tan desagradable, lo había enviado al archivo muerto de mi mente, hasta que hace algunas semanas, fue traído al proscenio de nueva cuenta, por otro incidente que me lo recordó.

En esta ocasión no se trataba de una venta o un desayuno, sino de un evento evangelístico. Con una organización impecable y una publicidad de primera calidad se anunciaba un evento que prometía ser de mucha ayuda para los asistentes. Veladamente se dejaban ver algunos ambiguos rasgos de espiritualidad cristiana, pero que a la vez, podrían interpretarse por una mente no creyente como algo de superación personal, espiritualidad genérica o inclusive, Nueva Era. Es decir, la publicidad no anunciaba un evento distintiva y claramente cristiano.

Una de las asistentes confesó con sinceridad, “Si hubiera sabido que era algo religioso, no hubiera venido”. Más tarde, una de las organizadoras mencionó a otra compañera comentando del caso, ”¡Ya ves, funcionó la estrategia!”. No quiero ni por un minuto poner en tela de juicio las buenas intenciones de los organizadores del evento ni su celo por el Reino de Dios, pero sí debo confesar que esa estrategia me recordó mucho mi experiencia con el vendedor del “tiempo compartido” que me ofreció una cosa y luego me entregó otra. Que me llevó a un hotel pensando que recibiría un desayuno y paseo gratis, para luego descubrir que todo lo que quería era venderme algo que no necesitaba ni quería en ese momento.

Estas conexiones me hicieron recordar cuántas veces había hecho lo mismo con amigos, vecinos y conocidos con tal de que asistieran a eventos que eran en apariencia una cosa, para luego darles la sorpresa de que se trataban de otro asunto completamente. Por supuesto, omitía deliberadamente información para que no se dieran cuenta de que los estaba llevando a un evento donde se les hablaría de Cristo. En mi defensa puedo decir que lo hice porque pensaba que si les hablaba con la verdad no asistirían. Por eso usaba una estrategia de “engaño” para lograr que escucharan acerca de la salvación en Jesús.

En fechas recientes, he estado reflexionando más y más en el uso de esta estrategia de “guardar las apariencias” o de “velar el mensaje”, y la conclusión a la que he llegado es que debemos dejar de usarla. Aunque muchos de los que leen este artículo quizá se convirtieron a Cristo a través de una estrategia como la mencionada, no por eso queda validada. Quiero defender mi postura argumentando que usar una estrategia como la que hemos descrito nos lleva a caer en los siguientes errores graves:

  1. Usar el engaño para hablar de la Verdad
    Aunque suene muy fuerte, debemos llamar las cosas por su nombre. Cuando le digo a mi compañero incrédulo que iremos a un campamento juvenil muy divertido, donde habrá juegos, música y risas, pero omito decirle, que además de todas estas cosas, nos compartirán cómo una relación con Dios es importante para nuestras vidas, estaré llevando a mi amigo, a base de engaño, para que le hablen de la verdad. Cuando lo vemos así, nos damos cuenta que la esencia de esta estrategia es la habilidad que tengamos para esconder la verdad, de tal manera que los incrédulos incautos no se percaten anticipadamente que nuestro propósito es que escuchen de Cristo. La estrategia se considera un éxito, si logramos engañarlos.
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    Para nuestra vergüenza, esta estrategia es similar a la del vendedor del “tiempo compartido”. Pero la Biblia dice: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:3-5). La Escritura enseña que nuestra estrategia no puede ser según la carne, sino según Dios. Esas son las armas que destruyen fortalezas y llevan todo pensamiento cautivo a los pies de Cristo.
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    Cuando usamos como estrategia básica el engaño, nos parecemos al “Padre de las mentiras”, a Satanás, cuya estrategia fundamental es el engaño. Por eso, debemos dejar de usar la mentira para hablar de la verdad. La verdad de Dios es gloriosa, es atractiva, es irresistible. Andemos en la verdad aun en nuestras estrategias para hablar de la verdad.
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  2. Fingir que no tengo un compromiso con Cristo, para poder hablar de Cristo.
    Otro problema que viene con esta estrategia es que nos vemos forzados a fingir momentáneamente que no tenemos un compromiso con Cristo. Como estamos tratando de esconder nuestras verdaderas intenciones, es necesario también no revelar al principio nuestra profunda convicción en Cristo como el Señor.
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    Antes de los eventos en los que usamos esta estrategia, invitamos a nuestros compañeros, amigos y conocidos sin mostrar, y mucho menos declarar, nuestro deseo de compartirles el amor de Cristo en quién confiamos nuestra vida y eternidad. Pensamos que esto los ahuyentará y que no asistirán ni en un millón de años. Por eso, sentimos justificable nuestro disfraz de personas imparciales y sin intenciones religiosas hacia los demás.
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    En ninguna parte de la Escritura podemos encontrar tal ejemplo. Al contrario, cada vez que los personajes bíblicos compartieron su fe, comenzaron dando testimonio de su profundo compromiso con Cristo y de cómo su fe afectaba toda su vida. Nunca fingieron ser lo que no eran con tal de hablar de Cristo a los demás.
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    No tenemos por qué esconder, ni disimular nuestra fe en Jesús. Hablemos con los demás aclarando sabiamente nuestro punto de partida. Lo que somos, decimos o hacemos es consecuencia de una convicción de que Jesucristo es el Señor. Estamos en Cristo; no debemos hacer a un lado esta realidad ni siquiera para hablar a otros del Cristo en quien creemos.
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  3. Implicar que el “fin justifica los medios”
    Conscientemente, ningún creyente fiel a la Escritura afirmaría que el fin justifica los medios. Los objetivos santos se logran usando estrategias santas. Un fin, por glorioso que sea, no justifica medios perversos para su consecución.
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    Cuando echamos mano de esta estrategia de engaño y la vemos como algo deseable y aprobado, damos a entender que el engaño es justificable porque el resultado puede ser que la persona conozca a Cristo. Si bien es cierto, que muchas personas conocieron a Cristo habiendo sido llevadas al evento evangelístico a base de engaño, no podemos concluir que éste sea un medio aprobado por Dios. Lo único que podemos decir es que Dios es misericordioso y que el engaño nunca será justificado por la finalidad de compartir el evangelio. Así como no es justificable regalar cervezas a la entrada del estadio donde se realizará la campaña evangelística con tal de aumentar la concurrencia de incrédulos, así tampoco lo es llevarlos a base de engaño. El fin nunca justificará los medios.
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  4. Diluir el mensaje para hacerlo atractivo
    Otro aspecto que se afecta con esta estrategia es el mensaje mismo. Puesto que nuestros oyentes llegaron al evento sin saber en verdad de qué se trataba, tendemos a cuidar nuestras palabras para no revelar abruptamente el mensaje real que queremos compartir. Hablamos de verdades espirituales generales que bien podrían ser enseñadas por un gurú o un moralista no cristiano. Con tal de no ser descubiertos en nuestro plan secreto, diluimos el mensaje, a veces, hasta el punto de no ser reconociblemente cristiano.
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    Al comunicarnos con los no creyentes, por supuesto, tenemos que escoger bien nuestras palabras para hacer contacto con sus vidas y dejar claro el mensaje. Tenemos que hacer a un lado toda la jerga eclesiástica y hablar del Evangelio en su más pura y sencilla expresión. Pero esto no es lo mismo que cambiar la esencia del mensaje por otro más genérico, velado y popular para hacerlo atractivo. Y todo esto comienza por haber traído a nuestros invitados inconversos a estos eventos usando una estrategia engañosa. De haberlo hecho con la luz de la verdad, no tuviéramos que estar escondiendo nuestro compromiso con Cristo, detrás de un mensaje diluido y sin poder verdadero.
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    No vemos en la Escritura presentación alguna del Evangelio en la que no se hable con toda claridad de la única verdad que puede cambiar vidas: Jesucristo, crucificado y resucitado, el Señor. Para poder hablar con ese denuedo acerca de Jesucristo, tenemos que iniciar llevando a la gente a estos eventos bien informados de qué se tratan y qué pueden esperar.
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  5. Querer hacer el trabajo del Espíritu Santo
    Convertir a las personas es el trabajo especializado y exclusivo del Espíritu Santo. Nosotros no podemos, ni con todo el esfuerzo del mundo, lograr que alguien crea en Jesucristo. Nuestra responsabilidad básica es compartir el mensaje del Evangelio con fidelidad y sabiduría. El Espíritu Santo obra en los corazones con, sin o a pesar de nuestros esfuerzos humanos.
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    La estrategia de engaño se olvida de esta verdad básica. Tal parece que todo recae sobre nuestros hombros y por eso nos parece imposible que si le decimos la verdad a nuestros invitados inconversos jamás accederían a participar en eventos evangelísticos. Entonces, ideamos maneras ambiguas y disfrazadas de hacerlos llegar hasta el evento para luego sorprenderlos con la verdadera naturaleza de la reunión y nuestras intenciones. El sentimiento resultante en algunos incrédulos es parecido al que experimenté esa mañana en el hotel de Cancún. Esto crea en ellos una desconfianza hacia los cristianos y sus eventos.
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    La obra del Espíritu Santo no empieza en el momento que la persona ya está en el evento, sino muchísimo antes. Mucho antes, inclusive, de que el evento se planifique o hablemos con los incrédulos para invitarlos. Él es, de principio a fin, el que hace que las cosas sucedan. Cuando usamos estrategias de engaño para hacer que los incrédulos escuchen acerca de Cristo, estamos tratando de hacer con medios humanos lo que sólo el Espíritu Santo puede hacer. Estamos tratando de usurpar su función y desconfiando de Su suficiencia para la obra evangelística.
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    Dios es fiel a Su Palabra, es también misericordioso, y el Evangelio es Su poder para Salvación a todo aquel que cree. Por eso siempre hay alguien que responde genuinamente al llamado interno del Espíritu Santo aunque haya sido llevado a ese encuentro a base de engaño. Pero de todas maneras, aunque “funcioné” en algunos casos la estrategia, no por eso debemos practicarla; sino debemos considerar cómo dice Dios que debemos hacerlo.

Por todas estas razones, considero que debemos desechar la estrategia popular de engaño y comenzar a practicar la verdad en este respecto. Ahora bien, algunos no pueden concebir cómo sería esa estrategia de verdad, pues lo único que conocen y han practicado siempre es la otra estrategia común. Para tales personas quisiera sugerir algunas ideas para ir forjando eventos evangelísticos o de alcance de los no creyentes, donde los asistentes vayan sin que los organizadores ocupen estrategias de engaño, con algo oculto, ambiguo o disfrazado.

  1. Organiza eventos en los que pongas en contacto a creyentes y no creyentes.
    La Biblia dice que los creyentes somos luz del mundo y sal de la tierra. Intencionalmente, entonces, debemos crear espacios donde pongamos a los no creyentes a convivir con los creyentes. Ese contexto de interacción es un ambiente perfecto para que el Espíritu Santo obre poderosamente.
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    En esos eventos no necesariamente tiene que presentarse el evangelio de manera directa, sino puede ser un pequeño paso dentro de una estrategia global de alcance por medio de relaciones. Ejemplos de esto podrían ser una convivencia familiar en la que las familias de la iglesia inviten a sus vecinos, amigos y conocidos; una cena en casa de una familia cristiana en la que los anfitriones inviten a otros matrimonios no cristianos para que convivan con dos o tres parejas de la iglesia; un espectáculo que enseñe valores dirigido a padres e hijos al cual los cristianos puedan invitar a sus amigos con sus hijos; ofrecer a la comunidad circundante cursos de manualidades, algún deporte, idiomas, asesorías de materias escolares y cosas similares.
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    El propósito principal sería establecer una relación con los no creyentes que, con el tiempo, pueda desembocar en una presentación del evangelio en el contexto de la relación personal con ellos.
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  2. Organiza los eventos de alcance pensando en los incrédulos.
    Son pocos los que organizan los eventos de alcance pensando realmente en los no creyentes. Más bien nos basamos en lo que siempre se ha hecho o en aquello que es más cómodo para nosotros como evangélicos. Piensa en tu contexto qué tipo de evento sería atractivo realmente para los no creyentes y también compatible con los principios cristianos.
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    Cuáles son las necesidades que observas en los no creyentes de tu comunidad. Qué horarios y días serían más accesibles para los no creyentes. En fin, no pongas la tradición, la comodidad personal o las preferencias de los que ya son cristianos como el criterio para decidir qué, cuando y cómo hacer los eventos de alcance, sino piensa primero en las necesidades y contexto de los que no tienen a Cristo.
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  3. Cumple exactamente lo que ofreciste.
    No ofrezcas algo en la publicidad de tu evento que sea distinto a lo que finalmente estarás haciendo. Anima a la gente de la Iglesia que al invitar a sus amigos y conocidos, expliquen bien de qué se trata el evento. Es decir, que nadie venga engañado a escuchar el evangelio. Por ejemplo, si organizas un desayuno para hombres de negocios e invitas a un empresario cristiano para que hable de negocios y comparta su testimonio, cerciórate de que al invitar a los no creyentes se les diga que habrá una plática sobre negocios y que el conferencista hablará también de cómo su vida y negocio han sido afectados por tener una relación con Dios.
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    No tengas temor de hablar con la verdad al invitar a las personas para que asistan a algún evento de alcance. Dios obra poderosamente a través de la verdad. Por eso cumple exactamente lo que ofrezcas. Que nadie se vaya con la impresión de que fue timado, engañado o que le “dieron gato por liebre”. Te sorprenderás gratamente al ver cómo hay mucha gente que sí viene al evento a pesar de saber que es explícitamente cristiano.
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  4. Habla con claridad y sensibilidad del evangelio.
    Escoge bien las palabras al compartir el evangelio. Trata de pensar cómo ser más claro para la mente que no tiene el contexto bíblico ni evangélico. Pon ejemplos que sean relevantes a la situación de la persona que no conoce a Dios. Evita el uso de palabras que sólo los cristianos entendemos por tener bastante tiempo dentro de la Iglesia. Presenta la gracia de Dios en Cristo como es ofrecida en el evangelio. Recuerda, eres portador de buenas noticias.
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  5. Depende de la obra del Espíritu Santo.
    Nunca debemos perder de vista que el Espíritu Santo está vivo y activo a nuestro alrededor. Al final de cuentas, no es nuestra habilidad, planificación o disciplina la que logra las conversiones. Él es el director y actor principal de este proyecto. Confía en su dirección y voluntad. Nunca estamos solos al compartir de Cristo.

Conclusión

Espero que lo escrito hasta este punto te haya convencido a reformar, o al menos repensar, las estrategias que usas al evangelizar. Aclaro de nuevo, que no critico la motivación, esfuerzos y celo evangelísticos de mis hermanos que suelen practicar estas estrategias. Aplaudo su entrega personal al avance del Reino. Sin embargo, no puedo dejar de observar que el elemento esencial de la estrategia analizada en este artículo es, precisamente, el engaño. Y considero que ningún cristiano fiel aconsejaría a su prójimo a vivir engañando, sino a vivir en la verdad. Por eso reitero que no hay que engañar para evangelizar. El evangelio es la verdad; dejemos que su verdad resplandezca en los corazones de las personas.