GP Familia 12: De tal Padre, tal hijo

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GP Familia 12: De tal Padre, tal hijo

por Ed Thompson

¿Cómo darle a nuestros hijos el tesoro más valioso? ¿Cómo estampar en sus vidas
la imagen de Dios? La evangelización eficaz alcanza primero a nuestros hijos.

Hace poco, me levanté una mañana —como todos los días—, y al verme ante el espejo, sorprendido, exclamé: «¡Papá!»

Es sorprendente ver la manera en que Dios obra en nuestros genes para que nos parezcamos a nuestros padres, ¿verdad? (Naturalmente, solo heredamos sus mejores características; al menos eso creemos).

Eso es lo maravilloso de cada generación; los abuelos señalan con orgullo los talentos e inteligencia heredados en sus nietos: «¡Eso mismo hacía yo cuando tenía su edad!»

Y no solo nuestra apariencia física pasa de generación a generación —para bien o para mal—, nuestros retoños reciben también una buena dosis de nuestra personalidad.

Nuestro primer hijo, Mateo, se parece a su madre en lo físico y el carácter. Nuestra hija Abigail, es una maravillosa mezcla de ambos. El menor, David, no solo se parece a mí, sino que también actúa como yo —aunque a mi esposa no le agrade mucho.

Pero, además de esas características, ¿qué les estamos dejando a nuestros hijos? ¿Qué es lo más importante para un niño?

Hace unos años, un desconocido Roberto Fulghum resumió sus pensamientos en un breve credo llamado: «Todo lo que necesito saber lo aprendí en el kindergarten».

El entusiasmo por el credo de Fulghum creció. La gente lo copiaba y se lo enviaba a sus amigos. Cientos de periódicos y programas de radio lo publicaron, y miles de carteles se vendieron.

Todo lo que necesito saber lo aprendí en el kindergarten inspiró a millones, y Roberto Fulghum se convirtió en un célebre estadounidense. He aquí sus sencillas y sabias palabras:

  • Comparte todo.
  • Actúa con justicia.
  • No golpees a las personas.
  • Deja las cosas donde las encontraste.
  • Limpia tu desorden.
  • No tomes lo que no es tuyo.
  • Discúlpate cuando hieres a alguien.
  • Lávate las manos antes de comer.
  • Descarga el tanque.
  • La leche y las galletas son buenas para ti.
  • Vive una vida equilibrada: aprende algo, piensa en algo; dibuja, pinta, canta, danza y trabaja algo cada día.
  • Toma una siesta cada tarde.
  • Cuando salgas a la calle, observa el tráfico, agárrate de alguien y no te sueltes.
  • Cuidado con perderte.

Roberto Fulghum afirma: «Imagínate cuán mejor sería el mundo si todos —todo el mundo— tomaran leche con galletas a eso de las tres de la tarde, y luego se recostaran a tomar una siesta».

Me gusta el credo de Fulghum, especialmente lo de las galletitas con leche. Es bonito, práctico y divertido. Y, naturalmente, estoy de acuerdo con que el mundo sería un lugar mejor si todos nos recostáramos a las tres de la tarde.

Pero si él cree que eso es lo más valioso que podemos dejarles a nuestros hijos… es lamentable. Por ejemplo, ¿en qué lugar queda Jesucristo para el señor Fulghum?

Como cristianos tenemos el gran gozo y la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos a obedecer a Dios y a confiar en Él. Dios ordenó que sus grandes hechos y sus mandamientos se dieran a conocer —por parte de los padres— a los hijos.

«Él estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos» —Salmo 78:5-7

¿Qué estás haciendo, entonces, para enseñar a tus hijos a poner su confianza en Dios? ¿Cuál sería la respuesta de ellos a la pregunta: «Qué es lo más importante que te están enseñando tus padres?» Y más trascendental aun: «¿Cómo alcanzamos a nuestra familia para Cristo?»

Naturalmente, la respuesta empieza con mucha oración. Pero además, creo que ella se puede ver en el mandato de Dios:

«Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas» —Deuteronomio 6:5-9

Leer estos versículos es como oír a Dios decir: «Sé fiel a mí, y te seré fiel a ti y a tus hijos». ¡Qué promesa tan maravillosa!

Para asegurarnos de no perderla, Dios nos da una advertencia directa, y también una gran promesa, en el segundo de los diez mandamientos.

«Y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos»—Deuteronomio 5:10

¡Qué responsabilidad tan maravillosa tenemos! Grabar en los corazones de nuestros hijos a nuestro Dios todopoderoso. Pero ¿hasta dónde llega ese amor que no desiste hasta que se es transformado por Jesús? En mi familia tenemos un buen ejemplo.

Un tío mío, llamado Cliff, hijo de pastor, era tan rebelde que hasta se mofaba de quienes iban a la iglesia. Su papá, Jack McElheran, amaba intensamente al Señor. El les enseñó a sus hijos a estudiar la Biblia y escribió la ley de Dios por toda su casa. Hizo todo lo posible para alcanzar a su hijo rebelde, pero nada cambió —El corazón de Cliff era tan frío al evangelio como una piedra.

Pronto llegó el día en que la desobediencia de Cliff fue tan seria que mereció un castigo severo. Su padre lo llevó al establo.

Ed y su padre frente al establo del relato

Tomó un látigo mientras le explicaba a Cliff que sus malas acciones no podían evadir el castigo. Para sorpresa del hijo, su padre le dio el látigo, y le dijo: «Yo recibiré tu castigo». El padre se quitó su camisa y le pidió al hijo que le pegara. Cliff refutó diciendo: «Pero, papá, si no hiciste nada, fui yo». Pero insistió hasta que, con lágrimas en su rostro, Cliff le pegó a su propio padre.

Mientras se quejaba, el padre le explicó lo que Jesús había hecho en la cruz… por Cliff. Y su corazón rebelde cedió. Más tarde sirvió como misionero en África.

«El deseo divino de salvarnos fue tan grande que Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» —Romanos 5:8

Que a cada uno el Señor nos conceda la gracia, el amor y la fe para estampar indeleblemente el amor de Dios en los corazones de nuestros hijos.