Entrada triunfal en Jerusalén

Publicado por Editorial Clie

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Entrada triunfal en Jerusalén

Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino;
y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino.
y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo:
¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!
Mt. 21:8-9 (1-11).

ESQUEMA

1. Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

1.1. Interpretación política.
1.2. Interpretación mística.
1.3. Sentido real de esta historia.

2. Jesús: el rey manso.

CONTENIDO

Se puede deducir de este relato de Mateo y de los otros tres evangelistas que Jesús y sus discípulos durmieron en Betania la noche del sábado, y, el domingo por la mañana, salieron hacia Jerusalén por la carretera de Jericó. En aquella carretera debía haber un gran movimiento de gentes. La Pascua estaba encima y muchas caravanas subían a Jerusalén por el mismo camino que Jesús llevaba. Seguramente los corazones de aquellas personas debían de estar muy alegres. Un judío sentía siempre júbilo cada vez que se acercaba a la ciudad santa. Eran peregrinos que viajaban con el alma abierta, gozosos porque podían participar de la fiesta principal del Judaísmo.

Pero, ese día, Jesús iba a obrar de manera muy diferente a como era habitual en él. En repetidas ocasiones había rechazado las aclamaciones de la multitud. No le gustaban las algarabías, ni el entusiasmo excesivo de los suyos. Sin embargo, aquella mañana Jesús no sólo no se oponía al entusiasmo sino que parecía fomentarlo y organizarlo Él mismo.

Betfagé era una pequeña aldea, un arrabal de Jerusalén, cuyo nombre significaba “casa de los higos verdes”. Al llegar allí, Jesús dio una orden que, sin duda, llenó de alegría a todos los que le acompañaban. Llamó a dos de sus discípulos y les dijo: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? Decid que el Señor lo necesita, y que luego lo devolverá (Mc. 11:2-3). Se entra así en una escena en la que todo empieza a hacerse misterioso o, cuanto menos, paradójico. La situación es descrita por los cuatro evangelistas, lo cual indica la importancia que tiene semejante acontecimiento histórico.Remove term: interpretación mística

1. Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

1.1. Interpretación política.
Para quienes tratan de acentuar el sentido político de la vida de Jesús e insisten en vincularle con movimientos zelotas nacionalistas, la entrada de Cristo en la ciudad habría sido una verdadera ocupación militar de la misma. Interpretan la expulsión de los mercaderes del templo, que ocurre algo después, como una verdadera toma de la ciudadela de Jerusalén. Algunos comentaristas llevan esta teoría hasta el extremo de afirmar que el domingo de ramos habría sido una verdadera manifestación política y que el popular grito de las gentes, ¡Hosanna!, habría sido en realidad un grito de liberación contra la opresión de los romanos, y que aquellas personas que aclamaban a Jesús sólo veían en Él a un jefe nacionalista que podía librarles no de la opresión del pecado, sino de la tiranía de los extranjeros.

Sin embargo, esta interpretación encuentra dos graves objeciones. En primer lugar, ¿para qué habría organizado Jesús una manifestación política de la que no iba a sacar fruto alguno, si a la noche siguiente iba a regresar pacíficamente a Betania? Y, en segundo lugar, si esa manifestación fue tan importante y violenta, ¿cómo se explica que, en ningún momento del juicio de Jesús, aparezca la menor alusión a dicha escena? Decir que los evangelistas suavizaron la historia dándole un carácter místico no parece suficientemente convincente.

1.2. Interpretación mística.
Según este punto de vista, la entrada de Jesús en Jerusalén sólo habría tenido un significado místico. Se enfatiza la aparente humildad del borriquillo, la inocencia y el clima casi infantil de la chiquillería que rodea a Jesús, y las palmas agitadas, que bien poco tienen que ver con las armas. Seguramente, tal interpretación cae en los mismos errores que la anterior, porgue la realidad es que hay en esta escena algo de tensión. Probablemente, lo que Jesús expresó no fue bien interpretado por los que le aclamaban.

1.3. Sentido real de esta historia.
Un rey temporal como el Mesías que esperaban los judíos hubiera hecho su entrada triunfal montando un brioso alazán, caballo vigoroso y fuerte, rodeado de una brillante escolta de capitanes y soldados, al sonido de trompetas y con las banderas desplegadas. En contraste con esta imagen, Jesús entra en Jerusalén sentado sobre un pollino. Esta acción tiene también su significado, ya que el burro no tenía en Oriente ni el sentido rustico que nosotros le damos hoy, como animal torpe y terco, ni tampoco la ternura poética que le atribuyó Juan Ramón Jiménez, en su Platero y yo. El asno era en Palestina la cabalgadura de personajes notables, ya desde los tiempos de Balaán (Nm. 22:21). Sin embargo, en la época de Jesús era el animal de montura más corriente. Cuando el Maestro eligió esta cabalgadura, probablemente no buscaba tanto la humildad, como se cree a veces, sino sólo lo que era habitual entre las gentes del país. Aunque también hay que destacar que el asno era usado por las novias el día de su boda y se ofrecía a cualquier persona a la que se quisiera festejar.

Lo que buscó Jesús, sobre todo, fue el cumplimiento de una profecía (Zac. 9:9): Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asño, sobre un pollino hijo de asna. Esta profecía de Zacarías coloca la escena en su verdadero lugar. Se trata evidentemente de un rey, pero de un rey mucho más espiritual que político. Y tal idea se acentúa con la frase de Jesús que dice que el pollino aún no había servido de montura a nadie. Es esta una observación importante, ya que los judíos pensaban que un animal ya empleado para usos profanos era menos idóneo para fines religiosos.

La cuestión que se plantea es: ¿entendieron aquellas gentes este sentido religioso que Jesús quería darle a su entrada triunfal? Muy confusamente. Los judíos no hacían distinciones entre política y religión. Una entrada así era un triunfo y todo quedaba envuelto por él. Para un pueblo oprimido como el judío todo adquiría alusiones contra el opresor. Sin embargo, seguramente el clima de fiesta tuvo que predominar sobre el de protesta. De otro modo no se explicaría la no intervención de las tropas romanas que evidentemente tuvieron que ver la manifestación desde lo alto de la torre de la muralla llamada Antonia.

Los discípulos se sintieron llenos de alegría al ver llegar a Jesús montando el borriquillo. Se quitaron sus mantos multicolores y lo prepararon para el desfile, otros tendían los suyos sobre el camino para que pasara sobre ellos el jinete. La mayoría cortaban ramas de olivo o de palmera y las agitaban a su paso o las echaban también a los pies del pollino. Quizás se trataba de unos centenares de entusiastas que gritaban alrededor de Jesús viendo en Él, a la vez, un líder político y religioso. Pero no por eso podemos decir que fueran revolucionarios, ni guerrilleros, sino gentes llenas de esperanza, que no sabían con mucha claridad qué era lo que esperaban. Jesús, por vez primera en su vida, autoriza y tolera esos aplausos. El Maestro es consciente de que muy pocos entienden claramente el sentido de su misión o cuál es la salvación que trae, pero les deja que festejen y griten, porque sabe que muy pronto vendrá la noche y con ella empezarán los problemas.

2. Jesús: el rey manso.

He aquí, tu Rey viene a ti, manso…. Jesús es el rey manso, el rey que trajo la paz hace dos mil años, con su entrada triunfal en Jerusalén. Sin embargo, paradójicamente, el mundo no ha conseguido saborear todavía aquella paz. Hoy, después del fin del Comunismo del Este europeo, después de la desintegración de la, antaño todopoderosa, Unión Soviética, después del fin de la Guerra Gría y la bipolaridad, ha surgido un mundo multipolar, en el que cada día se demuestra que el anhelado fin de la Guerra Fría no ha traído un clima de paz, sino que se ha generado una nueva, peligrosa y creciente conflictividad con el terrorismo internacional.

La teoría del realismo que impera en la actualidad se sustenta en dos principios que legitiman la violencia como elemento regulador de las relaciones internacionales: primero, se sigue considerando la guerra como opción para la resolución de los conflictos entre los Estados y la victoria en la guerra como el principal argumento que legitima una política. Se continúa confiando en el equilibrio militar para mantener la paz, igual que hace cuatro mil años; segundo, la economía y la fuerza militar se emplean todavía corno los mejores cauces para conducir la política de los grandes Estados del mundo, renunciando incluso a las creencias, los valores y las ideologías.

La paz de aquel Rey de paz no ha conseguido arraigar aún en la sociedad humana, porque es una paz interna, personal, individual e íntima. La paz de Jesús, como el pan, se gana cada día con el sudor de la frente. Es una paz que hay que construir mediante la bondad y la mansedumbre: rompiendo con la ternura la costra endurecida de los egoísmos, vengándose de las ofensas con el perdón, orando por los enemigos, haciendo obras de reconciliación, construyendo el puzzle de la unidad rota, sonriendo a quien pone una cara feroz u hostil, amando a quien no se lo merece, saludando espontáneamente a los que manifiestan indiferencia, intentando comprender a la persona que no desea comprender, respetando al que no piensa corno nosotros.

La propuesta moral de la paz que trae Jesús no comparte la antigua moral judía que le pedía a Dios el exterminio de los enemigos, o la moral griega belicista, o la moral imperialista de la “pax romana”, o la moral medieval de las guerras justas, o la ética ilustrada y burguesa que considera la paz y la guerra como necesarias para el progreso civilizador. En nuestro mundo se habla mucho de la paz, pero como decía el profeta Jeremías, refiriéndose a los falsos profetas: Dicen: paz, paz; y no hay paz (Jer. 8:11). El hombre sólo puede trabajar de verdad por la paz, cuando él mismo se abre de par en par a la paz de Dios.

Pablo dice a los colosenses: …por cuanto agradó al Padre que en Él (en Cristo) habitase toda plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz (1:19-20). El ser humano no puede fomentar la paz, si no está en paz consigo mismo y con Dios. Y sólo se puede tener paz en la vida, dejándose redimir por la sangre gloriosa de Cristo. Él venció en la cruz el poder del mal, la violencia y la enemistad que promueve el Maligno entre los seres humanos. Pero, para entrar en esa dimensión victoriosa de la auténtica paz, hay que permitir la entrada triunfal de Jesús en nuestra vida y nacer de nuevo. Sólo así se puede tener verdadera paz.

Jesús penetró en la Historia humana y salió también de ella, pero su despedida no fue definitiva. Él dijo: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo. Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros (Jn. 14:27-28). La frase la paz os dejo, significa “paz es mi despedida” o “quedaos en paz”, que era el saludo convencional hebreo. Jesús se despidió deseándoles la paz mediante el saludo típico. Sin embargo, al decir: yo no la doy como el mundo la da, quiso aclarar: “yo no me despido como todo el mundo se despide, porque yo no voy a estar ausente”, yo me marcho para volver, por eso dijo: voy y vengo a vosotros.

El Señor Jesús salió de la Historia pero continúa estando presente hoy. Descubrirle y conocerle personalmente es imprescindible para comprender todo el significado de la entrada triunfal y poder celebrar con legitimidad el Domingo de Ramos.