El trabajo: Un enfoque Bíblico

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El trabajo: Un enfoque Bíblico

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por Wilbur Madera

Es lunes… seis de la mañana en punto, suena el despertador. El fin de semana que pasó, como un suspiro, fue de intensa actividad. Juan se levanta y se asea, listo para comenzar otra semana laboral. Un poco antes de las seis, ese mismo lunes, María ya había despertado. Los niños entran a las siete a la escuela y ella sabe muy bien que no llegarán a tiempo a menos que se levante a  un cuarto para las seis. Mientras prepara el desayuno, está repasando su lista de pendientes y actividades que deberá cubrir ese día para que el hogar siga adelante. Es lunes…la semana de labores y trabajo comienza. El fin de semana próximo se vislumbra apenas a la distancia y con mucha añoranza. ¿Te parecen familiares estas escenas?

¿Quién inventó el trabajo? ¿Es acaso el invento de una sociedad capitalista obsesionada por la acumulación de riqueza? ¿Acaso es una maldición que vino a la humanidad por la Caída? La Biblia, como para todo lo demás, tiene respuestas sobre este asunto y necesitamos conocerlas. Algunos desprecian el trabajo al punto de decir: “Mira si el trabajo no es algo terrible que hasta tienen que pagarte para que lo hagas”. Otros, por su parte, idolatran el trabajo hasta el punto de sacrificarlo todo por él. Por eso, como cristianos, es importante entender cómo quiere Dios que pensemos y actuemos respecto al trabajo.

Podemos definir el trabajo como aquel esfuerzo mental o físico encaminado a cumplir el mandato de Dios de señorear la tierra ya sea que recibamos algún salario o no. En El trabajo: Un enfoque Bíblico, exploraremos tres verdades bíblicas acerca del trabajo.

El trabajo es una Bendición

Muchas personas creen que el trabajo llegó a la humanidad como una maldición por haber caído en pecado. Esta idea se deriva de una mala interpretación de Génesis 3:17-19. Las palabras “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” no significan que antes de la caída no había trabajo, sino más bien, que esta actividad instituida por Dios se tornaría complicada y dificultosa por estar la tierra bajo la maldición del pecado.

De ninguna manera podemos concluir que hoy trabajamos por causa del pecado. De hecho, la Biblia nos presenta que el trabajador por excelencia es Dios mismo (Gén 1). Dios no es ningún holgazán, perezoso y desobligado. Jesús dijo: “Mi padre hasta ahora trabaja” (Jn 5:17).

La Biblia también nos aclara que Dios puso a Adán, Su imagen, en el huerto del Edén para que trabajara (Gé 2:15). Adán no estaba en un centro vacacional en el Edén, estaba trabajando. Como vemos, el trabajo ya existía aun antes de la caída.

Por supuesto, la caída vino a complicar las cosas.  Ahora nos esforzamos y el sudor corre por nuestros rostros, pero logramos muy poco. La tierra fue maldita por el pecado y esclavizada a la futilidad. Pero espera su liberación cuando los hijos de Dios sean manifestados (Ro 8:19-21).

Entonces, no veamos el trabajo como una maldición, sino más bien, como una bendición. Es el plan de Dios para las vidas de sus imágenes. Cuando trabajamos estamos reflejando a nuestro Padre que también trabaja.

El trabajo es una Obligación

En 2 Tesalonicenses 3:6-12 el apóstol exhorta a los holgazanes y plantea el deber de trabajar. El problema era que algunos de la congregación vivían desordenadamente. ¿Qué hacían? Teniendo la capacidad física y mental para hacerlo, no estaban trabajando (v.11). Pablo dice que la solución es que “trabajando sosegadamente, coman su propio pan”. Y de allí surge la famosa frase tan mencionada: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”. El trabajo es un deber, es una obligación.

Por medio del trabajo logramos señorear la tierra y ganar nuestro sustento. En otra epístola, Pablo llega a decir que si alguien no provee para los suyos es peor que un incrédulo, incluso ha negado la fe por negarse a proveer el sustento (1 Ti 5:8). También se nos dice en Efesios 4:8 que el que hurtaba ya no debe hacerlo sino debe trabajar para compartir con los necesitados. El trabajo es obligatorio si queremos agradar a Dios.

Entonces, el trabajo no es una opción para aquellos que tenemos las facultades físicas y mentales para realizarlo. No estemos buscando maneras para no trabajar. Si tiendes a la pereza y a la vida fácil, debes recordar que el trabajo es una obligación. Dios nos quiere activos, diligentes y productivos.

El trabajo es un acto de Adoración

Cuando pensamos en el trabajo, pensamos en cómo éste suple nuestras necesidades materiales ya sean personales o de otros, pero nunca pensamos que el trabajo sea algo espiritual. Es decir, algo que tenga que ver con la gloria de Dios, que sea un acto de adoración.

En Colosenses 3:22-24, el Señor nos dice a los que trabajamos, que debemos hacerlo para agradarle y no para agradar a los hombres (v.22). Que debemos trabajar como para el Señor y no sólo para los hombres (v.23) y que cuando trabajamos estamos sirviendo a Cristo (v.24).

¿Te das cuenta que esta perspectiva puede revolucionar tu vida laboral? Esta perspectiva te dice que no trabajes por la quincena, sino para honrar a Dios. Que no trabajes para tener contento al jefe, sino para agradar a Dios. Que cuando haces un trabajo para la compañía donde laboras estás trabajando para Cristo.

No importa cual sea tu ocupación (lícita, por supuesto), si cambias tuberías o reparas computadoras, si cambias pañales o vendes artículos, si enseñas a niños o recoges basura, si diriges al personal de una empresa o lavas y planchas, cuando trabajas puedes glorificar a Dios con lo que haces. Más allá del salario, de lo popular de tu trabajo, de lo monótono y cansado que pueda ser, recuerda: Eres siervo de Cristo. Estás adorando a Dios al trabajar.

Conclusión

Si tienes una mala actitud hacia el trabajo, recuerda que Dios te lo ha dado como una bendición. Si te ves tentado por la pereza, recuerda que Dios nos dice que el trabajo es una obligación. Si crees que a tu ocupación le falta dignidad, recuerda que con tu trabajo adoras a Dios. ¿Qué actitud tendrás el próximo lunes? Puedes despertar agradecido a Dios por la bendición de trabajar, con el gozo de cumplir tu deber delante de Dios y con la alegría de ir más allá del salario y el cansancio, sirviendo al único que merece toda tu adoración.