El llamado del músico cristiano

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El llamado del músico cristiano

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Este artículo ha sido adaptado de un discurso reciente por Bob Kauflin,
miembro de una organización conocida como Ministerios de Gracia Soberana.

Introducción

El éxito del músico cristiano no está basado en la cantidad de música que haya vendido, ni el tamaño de los auditorios en que se ha presentado o el número de premios recibidos. El llamado del músico cristiano tiene otra norma basada en la misericordia de Dios, ¿estoy viviendo una vida digna de adoración, contrariamente al mundo, usando mis dones para servir humildemente a la iglesia de Dios? ¿Estoy siendo fiel al evangelio?

Primero y principalmente como músicos somos adoradores del Dios viviente, llamados por el Padre, redimidos por el Hijo, santificados por el Espíritu Santo y, por último, unidos como un solo cuerpo en Cristo. Somos cristianos y por ello adoradores de Dios. Sin embargo, hay también algo cierto acerca de la mayoría de nosotros: Somos músicos. Tenemos distintos talentos, dones, niveles y gustos, de seguro, pero músicos por igual.

Para la mayoría de nosotros, nuestro conocimiento musical va más allá de llevar una tonada, o de saber cómo bajar canciones de la Internet. Nos ha sido dado un maravilloso don por Dios. Ese don es la habilidad de comunicar algo de la Gloria de Dios a otros mediante el uso de la música, utilizando esa combinación singular de ritmo, melodía y armonía que mueve nuestros corazones e inspira nuestra pasión.

Un músico es alguien que imagina y produce música –sea original o compuesta por otros.

Si ha sido escrita por otro, todavía hay un elemento de originalidad en la medida que busquemos interpretar ésa música en nuestra forma singular.

Los músicos cristianos forman un grupo variado. Sin embargo, en ciertas maneras los músicos cristianos comparten todos un llamamiento en común: hacer música fielmente, en cualquier contexto, que refleje una agradecida respuesta de siervos dedicados a reproducir la verdad del Evangelio.

Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto.

Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. Pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros. Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe; si el de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que da, con liberalidad; el que dirige, con diligencia; el que muestra misericordia, con alegría. (Romanos 12:1-8)