El ineludible dilema del sufrimiento

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El ineludible dilema del sufrimiento

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Por Les Thompson

1.  HAY QUIENES DICEN QUE EL DOLOR  ES BUENO EN SI.

Sienten placer en el sufrimiento. Hasta buscan manera para infligirse dolor. La psicología llama a este tipo de autodolor “masoquismo”. Me viene a la mente la historia de Elías y los profetas de Baal. Estos se cortaban con cuchillos y abofeteaban con la esperanza  de que el derramamiento de sangre les ganaría el favor de los dioses. La historia de la iglesia cristiana abunda en ejemplos de un masoquismo religioso que prometía la gloria celestial a cambio de la auto-mutilación.

Un tal Heinrich Suso, místico alemán, vestía una camisa de piel con correas interiores incrustadas con 150 afiladas púas. Se latigaba hasta que la sangre fluía, pensando que tal sufrimiento le traería virtud. Otro, Simeón Estilita, subió a un alto pilar. Allí vivió treinta años, al frío y al calor, para mortificar la carne y salvar su alma.

Reflexionando sobre estas ideas tenemos que admitir que el papel de mártir, especialmente por causas nobles, tiene cierto atractivo. Pero es un atractivo raro, anormal, que procede de una mente descarriada.

El comerciante gasta su vida trabajando. Una tía siempre se encuentra enferma porque le gusta sufrir. Este tipo de individuo necesita más de nuestra piedad que de nuestra aprobación. Si, se acepta el dolor, y se aprende del dolor; pero no se busca, no se idealiza.

2.  HAY ALGUNOS QUE CREEN QUE EL DOLOR NO EXISTE.

Esta filosofía se denomina “solipsismo”, o la doctrina que establece que el mundo externo no tiene realidad excepto para nuestros sentidos. Dice, por ejemplo, que un árbol no es verde excepto por nuestro sentido del color, no es sólido excepto por el sentido del tacto, y que de veras no está allí en el patio excepto por el sentido de la vista. Todo parece bonito pero sabemos que hablamos de ilusión, porque el árbol está muy presente y no coopera con la ilusión.

Esta filosofía nació con el budismo, creencias muy arraigadas en el mundo oriental. El budista ortodoxo declara que tanto la naturaleza como la historia son ilusión. El único dolor es el dolor del deseo, el cual gradualmente se puede negar hasta caer en el olvido del nirvana. Un fakir de la India puede aprender a dormir sobre clavos afilados sin aparente dolor.

La versión occidental de esta doctrina se llama Ciencia Cristiana, la cual enseña que el sufrimiento es sencillamente “error de la mente”. Hay un argumento que da pie a la Ciencia Cristiana: el dolor es tan cruel y tan común que todo hombre honrado rehusa decir que Dios lo envía. Si Dios no lo envía, hay que buscar una creencia alternativa que diga que simplemente no existe.

Quizá la mente pueda aliviar los dolores del cuerpo, ya que es muy cierto que muchas enfermedades son psíquicas y no físicas. Pero los dolores reales que sufre el cuerpo —un dedo cortado, un ataque de corazón— son muy sentidos. Siguiendo la linea de pensamiento de la Ciencia Cristiana, si el sentido del dolor es una ilusión, también lo puede ser la feo la esperanza, o el coraje, o el amor. Si no podemos confiar en la reacción del cuerpo a un cuchillo que corta un dedo, ¿en que podemos confiar? Además, las teorías de “ilusión” y de “error” no explican el problema de Dios y el dolor, porque un Dios que aflige a sus hijos con el “error” o la “ilusión” no es mas atractivo que un Dios que envía el dolor”.

3. HAY ALGUNAS PERSONAS QUE CREEN QUE EL DOLOR QUE AHORA SUFREN VIENE COMO CONSECUENCIA DE PECADOS EN UNA PREVIA ENCARNACIÓN.

Estas ideas encierran parte de la verdad. El sufrimiento si viene en parte del pasado en esta vida mortal y de la historia de la raza humana. El dolor viene con toda certidumbre como consecuencia del pecado y del orgullo del  hombre.

Pero la doctrina hindú va mucho más allá. Enseña que esos ojos tuyos con que lees estas lineas pudieran haber sido los ojos de un cocodrilo en un río africano, o de una rana china, o de un camello egipcio, y que mi presente pecado, lejos de ser insignificante, pudiera hacerme regresar al mundo animal. Digamos de paso que el amor de madre tiene que escandalizarse ante esta idea de que el hijo que ella dio a luz pueda tener madres anteriores o sucesivas. Estas ideas enseñan que el cuerpo (que la fe cristiana exalta como creación especial de Dios) es perverso e irreal mientras que el alma (algo vago que temporariamente habita un pobre cuerpo) de algún modo sera transferida de cuerpo a cuerpo, a veces animal, a veces humano. Esto es algo que la unidad psicosomática humana niega por completo.

Francamente, la doctrina de la reencarnación es una filosofía y no una fe. El pecado se lleva a unas consecuencias fantásticas, prometiendo al pecador no perdón ni consuelo sino una condenación persistente a través de reencarnaciones  increíbles. Aceptamos la realidad de que hay muchos dolores que vienen a consecuencia de nuestra maldad. Pero esto no crea la necesidad de una previa o posterior encarnación. Además, esta teoría asume que el hombre tiene que buscar su propia salvación. Pero, ¿podrá? Asume que si hay un Dios, este es un cruel monarca que gobierna  sin amor, en justicia fría. ¿Es Dios así? Asume que por ejercicios y buenas obras limpiamos nuestras  propias mentes. ¿De veras podremos? Si pudiéramos lograr esta limpieza propia, ¿no caeríamos en el peor pecado, el del orgullo? Las ideas recreacionistas carecen de compasión, nose preocupan por los dolores del vecino y del resto de la humanidad. Dejan fuera la posibilidad del perdón. En una palabra, crean más problemas de los que resuelven.

4. HAY QUIENES PIENSAN QUE TODO SUFRIMIENTO VIENE COMO CONSECUENCIA DE ALGÚN PECADO PERSONAL.

Esto es sólo una pane de la verdad. En primer lugar, no siempre es visible la relación entre el pecado y el castigo. La Biblia enseña que cuando Dios creó el universo lo hizo todo perfecto. Tal perfección alcanzaba tanto al hombre como a su ambiente natural. Al producirse el pecado de desobediencia en Adán y Eva, la primera pareja, el hombre y la naturaleza sufrieron como castigo la pérdida del estado de perfección. A veces Dios permite que se vea su mano en el castigo del pecado individual o colectivo. Pero, en general, los grandes desastres naturales ocurren en una naturaleza que quedó imperfecta desde la primera vez que el hombre desobedeció su Creador.

Después de la caída del hombre, sin embargo, entran en juego tres elementos: la misericordia de Dios, la justicia de Dios, y la rebelión o pecado individual de los hijos de Adán. Yo, como miembro de la raza humana, soy responsable de mis hechos. Cuando peco, peco por mi propio albedrío. Dios claramente dice que su justicia demanda que el pecado sea castigado. Pero, al ser Dios un Dios de amor, entra en juego su misericordia hacia el hombre arrepentido y penitente. No podemos excusamos con la idea de que “la naturaleza humana es pecadora”, ya que Dios hace provisión para el pecado. Como dice el apóstol Pablo, “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).

Todo hombre razonable tiene que darse cuenta de que Dios nos trata con favores inmerecidos. Al ver la impiedad que nos rodea, los abusos de hombres contra hombres, los odios, celos, robos, y crímenes que tanto abundan, podemos preguntarnos por qué Dios no nos ha destruidos a todos. Si esto es cierto, entonces hay cabida para el concepto del sufrimiento en esta humanidad rebelde a su Creador.

Pero esto nos lleva al concepto falso de que todo dolor viene en consecuencia de un pecado personal. Este error es básicamente el tema del libro de Job. Job sufrió de un golpe la pérdida de sus propiedades, su salud, sus hijos, el afecto de su esposa. Sus amigos llegaron para decirle que todo le había venido por algún pecado personal. Esto lo negó rotundamente: era inocente.

Jesús enfatizó esta verdad: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos diciendo: Rabí, ¿quien pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en el” (Juan 9:1-3).

Otra vez, en San Lucas, leemos que llegaron a Jesús preguntándole acerca de un trágico evento. Sucede que se edificaba en el pueblo de Siloé una torre. Esta cayó y en el derrumbe murieron dieciocho personas. Todos los que oyeron del accidente, llevados por el falso concepto del castigo, empezaron a decir que estos dieciocho tenían que haber sido terribles pecadores para haber sufrido tal desastre. Cristo les dice que estaban equivocados. No era que estos dieciocho eran peores que los que aún vivían, ya que todo pecador merece la muerte. Por eso Jesús en seguida añadió estas palabras: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente“.

La Biblia nos enseña que todo pecador tendrá que dar cuenta por su pecado, a menos que se acoja del perdón ofrecido en Cristo (quien murió por el pecador). Por inferencia declara Cristo, el Hijo de Dios, que los accidentes y catástrofes que llegan sobre la humanidad no son indice de que Dios esté más enojado con unos que con otros. Más bien enseña que todo sufrimiento debe continuamente servimos de recordatorio de que todo hombre vive bajo pena de muerte. En el momento menos esperado puede llegar el fin de la vida. Ya que la vida es tan incierta, debemos vivir “arrepentidos”, es decir, apartados del pecado y acercarnos a Dios con nuestra fe puesta en Jesús nuestro Salvador.