El enemigo ignorado

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El enemigo ignorado

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por el Rev. Martín N. Añorga

En los Evangelios la orden reiterada de Jesús es que marchemos, prediquemos, enseñemos, vayamos de sitio en sitio con un mensaje de liberación y una actitud combativa; pero a lo largo de los últimos años se ha perdido el entusiasmo y el interés que demanda ese enérgico estilo de vida.

Probablemente nos hemos acostumbrado al hecho lamentable de que el cristianismo ha dejado de ser la base moral de la sociedad, lo que nos ha limitado a una fe religiosa estrictamente personal y comprometida de manera preferencial con el culto religioso al amparo del templo.

En lugar de enfrentarnos a una sociedad secular, hemos dividido nuestra fe en compartimientos estancos. En la calle, el trabajo y en nuestras relaciones humanas actuamos igual que los demás, sin que la fe religiosa se exprese ni los temas cristianos afloren. En el mundo somos del mundo, y solamente en la iglesia somos de Dios. Esta separación es letal para el desarrollo de los valores cristianos.

Un binomio tal es desastroso para el mundo como lo es para la iglesia. Parodiando al biólogo Stephen Jay Gould, fallecido a sus 60 años de edad en el 2002 y un convencido evolucionista, consideremos esta expresión: “la sociedad secular y el cristianismo son irreconciliables enemigos, y de esa enemistad deben aprovecharse los que sostienen los postulados de la ciencia en contraposición con los que supeditan la razón a la fe”.

El problema es que hoy día la función social de la iglesia tiende a desplazar la misión espiritual de la iglesia. La voz de los cristianos se desplaza para combatir la pobreza, el homosexualismo, la injusticia y la falta de derechos, como una forma de desafiar la sociedad secular en la que vivimos. Y no es que estemos opuestos a esa agenda, sino que critiquemos su supremacía. La iglesia no está para combatir los males sociales, sino para destruir las raíces que los producen. Y en este escenario hemos fallado estrepitosamente.

Richard Niebuhr, el respetado teólogo norteamericano fallecido en 1962, escribió en su aclamado libro “Cristo y la Cultura” sobre el relativismo con que los cristianos manejan su sentido de misión, adelantándose al gran problema de hoy cuando afianzados en una errónea convicción hemos desconocido a nuestro verdadero enemigo. Posteriormente el laureado profesor de Yale Divinity School nos legó para la posteridad esta frase, que representa la filosofía de los creyentes que han reducido la vitalidad de su misión: “Un Dios sin indignación ha traído a hombres sin pecado a un reino sin justicia por medio del ministerio de un Cristo sin cruz”.

El enemigo común de la iglesia es, para decirlo de una vez, el ateísmo. Dinesh D’Souza, un ex analista político de la Casa Blanca, y actualmente un erudito investigador de la Universidad de Stanford, habla del ateísmo en términos muy claros: “desde luego que mis vecinos no piensan de ellos como ateos.

Muy pocos de ellos pertenecen a alguna organización de ateos o están suscritos a algunas de sus publicaciones…. La característica distintiva de esta gente es que vive como si Dios no existiera”. Ese es el problema, se le ha asignado a Dios un domicilio estratosférico, y se le ha expulsado de su planeta preferido, donde reside el ser humano, su creación suprema.

Paul Thompson, autor de “Modern Times”, afirma que “los que creemos en Dios estamos hoy día sumergidos en un alud de propaganda ateísta”. Miremos a nuestro alrededor: la escuela sin Dios, la sociedad sin valores cristianos, el arte pervertido, el cine reducido a una burda pornografía, la economía despedazada, el adulterio aplaudido y la niñez degradada.

Toda esta suciedad es el producto de nuestro distanciamiento de Dios. De aquí que creamos que la iglesia debe doblar la página, y en lugar de pretender redimir a la sociedad, debe colocar como el objetivo de prioridad la redención del ser humano, a fin de cuentas, el autor y el responsable de los males que aborrecemos..

El ateísmo es la desafiante ideología que desplaza a Dios y propone al hombre como el único autor de los valores. La implicación política de este hecho es la instauración de los gobiernos totalitarios que basan su existencia en el control de la mente humana. Tenemos como ejemplos clásicos el comunismo marxista y el nazismo hitleriano. Consideremos el caso de Hugo Chávez, quien se autodefine marxista y cristiano, y cuando desde una tribuna legisla sus disparates, se saca del bolsillo un librito que llama Constitución con el que justifica todas sus atrocidades. Dios no tiene voz. La única voz es la del tirano que anula derechos y pisotea la dignidad de sus gobernados.

El ateísmo es fuerza poderosa que no podemos ignorar como el mayor enemigo de nuestra identidad cristiana. En Estados Unidos, según una encuesta recientemente auspiciada por la revista “Parade”, el 30% de los estadounidenses no pertenecen a iglesia alguna, y entre estos, la mayoría se declara agnóstica o atea. Son los probables votantes a favor de los matrimonios homosexuales, el financiamiento oficial del aborto y los experimentos con células embriónicas.

“Estamos creciendo a saltos”, ha exclamado Bob Senatore, un maestro retirado y uno de los fundadores de la asociación “Florida Atheists and Secular Humanists”, con la sigla FLASH. Su lema es: “si no hacemos algo ahora, nos encontraremos viviendo bajo una teocracia”.

Los ateos se sintieron reconfortados cuando el presidente Barack Obama hizo referencia a los “no creyentes” en su discurso de investidura, ha publicado extensamente Sean Faircloth, director de la asociación para la laicidad “Secular Coalition for America” que tiene su militancia nada menos que en el Congreso de la nación.

El enemigo ignorado es el ateísmo. Ha llegado la hora, y prisa debemos darnos, de unirnos con todos nuestros recursos para restaurar en América y de aquí en el resto del mundo, la fe perdida y la esperanza conculcada.

Recordemos las claras palabras del salmista: “El necio ha dicho en su corazón: no hay Dios. Se han corrompido, han cometido hechos abominables, no hay quien haga el bien”.

Terminemos, sin embargo, proclamando esta suprema verdad: “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que en él habitan”.