¿Cuál es la importancia de Jesucristo en nuestras vidas?

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¿Cuál es la importancia de Jesucristo en nuestras vidas?


por Edward Vélez
Ganador del Concurso Literario LOGOI, Abril 2009

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo
no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni
tenga miedo”
. Juan 14:27

Son muchas las ideas que invaden la mente en la desesperación de la vida, que se asemeja a una nave perdida en alta mar. Una batalla mental y espiritual que hace desfallecer a los más fuertes físicamente. Por más fuerte que sea un hombre puede ser llevado a sotavento cuando la tormenta comienza a elevar los nudos sobre el mar. En esta vida son muchos los mares que pueden conducir al hombre al naufragio si no cuenta con las herramientas necesarias de supervivencia.

No todo es tormenta en esta vida. La tormenta por más fuerte que parezca tiende a moverse e irse disipando. El poder de Dios es el que determina el fin de toda tormenta. Cada uno de nosotros ha estado en medio de una terrible tormenta, cuando nos dimos cuenta de que necesitábamos que nuestra naturaleza caída fuera totalmente sanada, apareció la mano amiga del mismo Salvador.

La redención de Dios
Todo se lo debemos a Jesucristo ya que fue Él quien actuó a nuestro favor. Jesucristo mismo era el objeto de la fe de los hombres en el Viejo Testamento y también del Nuevo. Sólo existe un Dios redentor que puede librarnos del pecado:

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.[1]Efesios 1:7

La palabra redimir se define como: “rescatar, librar y comprar de nuevo”.[2]Lv. 25:25-27, 1 Cor. 6:20, 7:23 De la misma manera que algo empeñado puede ser redimido pagando la suma requerida de dinero, así el hombre, perdido en pecado y sin esperanza, por la gracia de Dios ha sido redimido por la sangre del Cordero quien ha pagado toda la deuda. No existe nadie que hubiera podido cumplir con tales requerimientos sino sólo Jesucristo.

En el Antiguo Testamento Dios dio instrucciones a los israelitas que los primogénitos machos le pertenecían a él. Pero les dio la alternativa de redimir algunos si así lo deseaban. Como ejemplo, ellos podían “comprar” de la propiedad de Dios un asno de los primogénitos para sacrificarlo a cambio de sacrificarle (pagar) un cordero. De esta forma se reconciliaba la deuda. El precio de la redención por el asno venía a ser un cordero.[3]Ex. 13:11-13

Existe la graciosa comparación que muestra que así como el asno podía ser redimido si el dueño daba un cordero suyo a Dios, así el hombre perdido en pecado fue redimido cuando Dios ofreció su Cordero en la cruz.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.[4]Jn. 3:16

La sangre vertida de Jesucristo pagó el precio de nuestra redención reconciliándonos con Dios al expiar nuestros pecados. El hombre salvado ya es posesión de Dios y adquirido por la sangre preciosa y santa de Jesús.

Desesperanza del hombre común
El hombre que no conoce a Dios se encuentra en medio de una terrible tormenta, sin importar si posee o carece de bienes terrenales. El simple hecho de estar lejos de Dios es la peor crisis que jamás un hombre puede experimentar. Una tormenta sobre tormenta es la vida de aquel que en medio de las tribulaciones de esta vida no deposita su fe en el Creador sino que anda a la deriva y a merced del enemigo.

Un faro de luz
Cuando nuestra barca se encontraba en la alta mar de nuestra vida y las olas comenzaron a crecer a causa de los imponentes vientos que comenzaron a anegar por cada esquina era el momento que dimos todo por perdido hasta que vimos a la distancia un faro de luz que aparecía en nuestra vista empañada. Poco a poco se fue acrecentando la luz y aumentando nuestra fe y esperanza hasta que nos dimos cuenta de que no todo estaba perdido. Era la luz de Dios que nos estaba conduciendo a puerto seguro para salvarnos.

Nuestro rescate
Todo rescate cuesta un precio o sacrificio. La situación lamentable del hombre es no poseer manera alguna para salvarse en medio de su condición. No existe hombre alguno que hubiera podido pagar o sacrificarse para llevar la nave donde pudieran ir todos a puerto seguro.

El salmo cuarenta y nueve narra la realidad en que se encuentra la humanidad. Narra sobre los días de adversidad de los hombres y reconoce que se encuentran en la misma barca tanto el pobre como el rico, el plebeyo como el noble. Todos tienen una misma realidad, ninguno de ellos puede dar pago a Dios para poder redimir al hombre. Nos dice:

“Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (Porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás), para que viva en adelante para siempre y nunca vea corrupción. Pues verá que aun los sabios mueren; que perecen del mismo modo que el insensato y el necio, y dejan a otros sus riquezas”.[5]Salmo 49:7-10

El “rescate” es lo que uno paga para recobrar o redimir algo para sí. Realmente no teníamos con que pagar el alto precio de nuestra redención ya que el precio constaba de lavar y santificar la naturaleza humana. No existía hombre alguno que pudiera cargar con el precio del rescate. Nuestra única esperanza era que Dios mismo la pagara. ¡Y lo hizo!

El gran precio
No existía hombre alguno que fuera capaz de pagar el precio ya que el precio consistía en lavar la naturaleza que había sido contaminada. La única manera de hacerlo era que así como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, de la misma manera el pecado saliera del mundo por medio de un hombre. Pero ¿qué clase de hombre?, no podía ser cualquier hombre porque todos los moradores de la tierra poseían la misma mancha y contaminación del pecado. Por eso es por lo que el salmista exclama en el Salmo cuarenta y nueve:

“Porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás”

Realmente íbamos a la deriva en la tormenta de la vida, sin fe y sin esperanza destinados al alejamiento de Dios y a perecer en la misma morada de los demonios, hasta que algo sucedió. Se oyó la voz de Dios Padre que preguntaba:

“¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”

De repente, la voz poderosa de Dios el Hijo estremeció con estruendo los cielos. Su intención era encontrar a alguien que saliera a nuestra defensa:

“Heme aquí, envíame a mí”.[6]Is. 6:8

Los ojos de los millares de ángeles estaban atónitos. El Hijo Santo de Dios se había puesto de pie en el trono, sus vestiduras blancas resplandecían como nunca antes, él es la luz que ilumina el cielo. Los ojos del Hijo brillaban como el mismo sol y en su cara se dibujaba la expresión de gozo al conocer que podría hacer algo para salvar a los hijos de Dios. Los ojos del Padre estaban llenos de amor hacia la humanidad que amando a su mismo Hijo lo entregó para tomar el lugar de los corderos que en posición indefensa eran sacrificados en holocausto derramando su sangre en los altares. Ya no serían los corderos ni las crías de las ovejas sino que tomaría su lugar un Dios Santo con la misión de ser ofrenda agradable a Dios como paga por todos nuestros pecados y saldar una deuda ejecutando la redención al devolvernos a Dios. El ofreció su propia sangre para comprarnos de nuevo para sí. El Cordero mismo estando con los discípulos les hizo conocer su misión:

“…el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.[7]Mt. 28:20

El valor de la sangre derramada de Jesucristo no se puede comparar al precio de piedras preciosas ya que nada hay igual a Él en santidad y poder. Pedro nos dice que somos rescatados, no con cosas corruptibles como plata y oro:

“sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”.[8]1 Pe. 1:19

Siendo que tenemos dueño quien ejecutó nuestro rescate tenemos una relación de comunión hacia Dios por medio de Él. No existe persona en el mundo que sea del valor de Jesucristo ni quien lo sustituya en su labor para con nosotros:

“Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos”.[9]1 Tim. 2:5-6

El hombre mismo tiene el privilegio de poder acercarse al trono de la gracia y entrar en confianza y santidad directamente a Dios sin necesidad de intermediarios o sustitutos.

Las arras de nuestra herencia
Todo buen contrato legal requería que al momento de la ejecución de este la parte interesada en el bien debía otorgar una cantidad de dinero o un pronto para asegurar o garantizar el cumplimiento total. Muy similar a cuando un novio entrega un dote a la novia para reservar o acordar un matrimonio. De esta manera Dios nos ha provisto del sello del Espíritu Santo como un adelanto a lo que estamos por recibir cuando seamos redimidos totalmente en la gloria de Dios.

“Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”.[10]Ef. 1:13-14

Todavía en esta tierra somos puestos a prueba, en ocasiones nos enfermamos, pasamos sufrimientos, persecuciones, angustias, tristezas, lágrimas y mil sinsabores, sin embargo, tenemos al Consolador junto a nosotros que nos ayuda en medio de cualquier circunstancia adversa.

La libertad de toda raza humana
La libertad de la raza humana es la redención de Dios y es la misma para todos los pueblos, en toda nación, en toda región y en todo tiempo y en todo lugar. Si hay gente que conoce el plan de Dios pero no se salva a causa de su alejamiento de este, es por su propia culpa, pues Dios proveyó para la redención eterna de toda persona. La redención más que conocimiento es libertad real dada por Dios contra el poder del maligno. La redención es para todo aquel que reclama con fe la sangre de Jesucristo en todas las edades.

Libertad en el Antiguo Pacto
“Es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna”.[11]Hebreos 9:15

Libertad en el Nuevo Pacto
La libertad de Jesucristo apunta a todos aquellos que por medio de la fe creyeron en Él. Tanto los del Antiguo Testamento así como del Nuevo Testamento adquirieron no solo la redención sino la libertad del pecado y de todo obrar de desobediencia.

“Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.[12]Tito 2:14

La redención es para todo aquel que quiera alcanzarla. Solo se necesita recibir al Salvador y creer en Él guardando sus mandamientos:

“Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”.[13]Apoc. 5:9

Fue Jesucristo quien vino a darle color a nuestro paisaje. Aquel que realmente vino a ser la luz de nuestro sol, el espíritu de nuestra vida, el verdadero significado de nuestra existencia. Fue en él que la navidad cobró significado y quien llenó nuestro mundo de impresionantes colores. Donde resalta el rojo que nos habla de una cruz radiante que bañada de amor nos devolvió la vida. Rumbo a ella encontramos una herencia incorruptible de una vida eternal en la casa de nuestro Dios.

References

References
1 Efesios 1:7
2 Lv. 25:25-27, 1 Cor. 6:20, 7:23
3 Ex. 13:11-13
4 Jn. 3:16
5 Salmo 49:7-10
6 Is. 6:8
7 Mt. 28:20
8 1 Pe. 1:19
9 1 Tim. 2:5-6
10 Ef. 1:13-14
11 Hebreos 9:15
12 Tito 2:14
13 Apoc. 5:9