Sermón 2: Al recibir nuestro cuerpo resucitado — Fil. 3:20,21

 

TEXTO: “… esperamos al Salvador… el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil 3:20,21).

LECTURA BÍBLICA: Filipenses 3:15-21

INTRODUCCIÓN. La mayoría de nosotros está familiarizada con el clásico pasaje (1 Ts 4:13-17) relacionado con la resurrección de los muertos. Se nos dice qué el Señor descenderá del cielo con voz de mando y que los muertos en Cristo resucitarán primero. Pablo agrega a continuación que nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes. En otras palabras, ambos grupos (los que viven y los que han muerto en Cristo) habrán de encontrar al Señor en el aire. Las palabras finales de Pablo en esta sección son que deberíamos alentamos los unos a los otros en esta promesa. En su carta a los filipenses, Pablo suplementa la verdad presentada a los cristianos en Tesalónica. Hace énfasis en dos cosas. Primero, que nosotros los que vivimos seremos transformados a la venida de nuestro Señor. En segundo lugar, que nuestros cuerpos corruptibles serán cambiados para ser como su glorioso cuerpo. Esta última verdad la amplía Pablo con sus palabras a la iglesia de Corinto (1 Co 15:49,54) cuando dice que “esto corruptible se vista de incorrupción”. Estos tres pasajes deben considerarse juntos a fin de captar la verdad completa sobre la resurrección del creyente.

  1. NUESTRA CIUDADANÍA ES CELESTIAL, NO DE LA TIERRA
    Pablo usa una palabra especial, “ciudadanía”, que denota el hecho de que la verdadera nacionalidad del cristiano es del cielo. Algunos escritores han llamado al cielo “nuestra madre patria” porque es allí que nuestro Salvador vive.
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    Esto no quiere decir que carecemos de un enfoque correcto sobre nuestros deberes como ciudadanos del país que habitamos en esta tierra. Nada más lejos de la verdad. Jesús nos ha enseñado que debemos dar a “César lo que es de César”. Debemos sostener al gobierno pagando nuestros impuestos y realizando todo aquello que es preciso para ayudar a la nación de la cual recibimos tantos privilegios.
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    Por otro lado, nuestra verdadera lealtad es hacia los “ideales inalcanzables” de la fe cristiana. La más sencilla de las obras de arte de Dios está por encima de toda la creatividad del hombre. Una simple florecilla silvestri en un lugar remoto y agreste es un objeto de mayor belleza que un rey o una reina vestidos para una función de estado. Las riquezas terrenales cuidadosamente acumuladas son un mero parche contra las vicisitudes de esta vida. Por el contrario, la integridad, la pureza, la abnegación, y el amor redentor son derechos y privilegios que no pueden ser arrebatados por los poderes de este mundo. Nuestra ciudadanía verdadera es espiritual y, por consiguiente, no puede ser manejada o afectada por el ser humano.
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  2. ESPERAMOS AL SALVADOR
    Por cierto que Jesús se encuentra con nosotros cuando le recibimos como nuestro Salvador y experimentamos lo que la Biblia llama el nuevo nacimiento. Jesús vive dentro de nosotros. Pablo dijo a los gálatas: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá 2:20).
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    ¡Pero esto no es todo! Jesús ha prometido venir otra vez en el cuerpo de su resurrección y recibirnos personalmente. Esta es la más alta recompensa que Dios ha de dar a los que sirven a Jesús. Existen muchas ventajas y recompensas por servir a Jesús en este mundo. Hay una paz que viene al corazón cuando nos sometemos a la voluntad de Dios en esta vida presente. Pero esto, sin embargo, no puede compararse con el gozo que será nuestro cuando el Salvador venga personalmente y en forma visible para reclamar a sus amados y consumar sus propósitos en este mundo.
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    Para el creyente, la segunda venida de Jesús es “la esperanza bienaventurada”. No hay absolutamente ninguna cosa que purificará nuestra actitud y que nos motivará en la vida cristiana tanto como la constante expectativa del retorno de Jesús en cualquier momento. El creer en la inminencia del regreso de Jesús hará que evaluemos por anticipado nuestras acciones ante la posibilidad de que él llegue mientras tales acciones tienen lugar. Debemos vivir en la carne en esta tierra, pero podemos estar constantemente a la espera del momento cuando el Señor regresará y colocará el pecado y a Satanás bajo sus pies.
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  3. NUESTROS CUERPOS SERÁN CAMBIADOS
    El decir que los cristianos creen en la inmortalidad, no expresa toda la verdad. La filosofía griega, en su más alta expresión, había arribado ya a esta conclusión. Platón presentó sus famosos argumentos a favor de la inmortalidad. Tampoco es suficiente que digamos que creemos en la continuación de la personalidad más allá de la tumba. Creemos esto, sí, pero la Biblia enseña más, mucho más.
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    Pablo enseñó, bajo la inspiración divina, que el cuerpo será resucitado cuando Jesús venga. Esto se refiere, claro está, a los que “durmieron en Cristo”. Ellos oirán el sonido de la trompeta a la venida de Cristo y se levantarán. Pablo dice que Jesús “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”. Esto nos asegura de que si bien los muertos en Cristo resucitarán primero, aquellos que estén vivos a su llegada, recibirán un “tratamiento equitativo” de parte del Señor.
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    ¿Qué clase de cuerpo será el de la resurrección? Este asunto ha desconcertado a los estudiantes a través de los siglos. La verdad es que no se sabe a ciencia cierta. Será un cuerpo que no estará sujeto a las limitaciones del tiempo y el espacio. Esto significa que poseeremos gran movilidad. Quizá podremos mover nuestro cuerpo con la rapidez con que nos movemos con nuestra mente. Esto puede significar que el universo entero con todos sus planetas y galaxias será la morada del cuerpo glorificado.
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    ¿Hasta qué punto se parecerá el cuerpo glorificado al cuerpo actual? Es seguro que existirán algunos rasgos similares. Por ejemplo, Jesús resucitó con su cuerpo glorificado. Al principio la gente no lo reconocía. Luego, cuando él se reveló a algunos de ellos, y estos llegaron a conocerlo mejor, se dieron cuenta de quien era él. ¿No hemos escuchado a veces que alguien nos dice: “Usted está tan bien ahora qué casi no lo reconocí”? ¿Podría ser esto una analogía de los cuerpos nuevos y glorificados?
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    ¿Habrán desaparecido las deformidades o estarán todavía presentes? Un gran teólogo cristiano dice que quizá nosotros veremos los verdaderos valores tan claramente que una deformidad: será en realidad algo bello. Sabemos que no habrá dolor, ni penas, ni desilusiones. El cuerpo resucitado y glorificado será apto para cubrir todas nuestras necesidades. DeWitt Talmadge exclamó, lleno de regocijo: “¡Oh día glorioso de la resurrección! Con gusto arrojaré a la fosa esta osamenta vil y pecadora, si a tu llamado he de levantarme con un cuerpo nuevo y puro, glorioso e inmortal.”
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CONCLUSIÓN. ¿Qué significan para nosotros estas verdades hoy en día? En principio, Dios asigna un alto valor al cuerpo físico. Si bien la carne tiene sus debilidades, sus limitaciones y necesidades, la Biblia en ningún momento desdeña el valor del cuerpo humano. Es una morada para su Espíritu y tiene una importancia muy grande. Por otro lado, los escritores inspirados mantienen el énfasis sobre la naturaleza espiritual del hombre. Esta es la razón por la cual Dios finalmente proveerá un cuerpo que pueda servir como la morada adecuada, para nuestra naturaleza más elevada. No existe, sin embargo, ninguna posibilidad de vida eterna en el mundo venidero a menos que esa vida haya comenzado, antes de pasar el umbral de la muerte. Por ello la “vida eterna” no es meramente cuantitativa sino también cualitativa. Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios. Es el poder de Cristo morando dentro de nosotros que nos capacita para participar con él en una comunión que nunca terminará.
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El cuerpo resucitado que recibiremos será glorioso, pero debemos estar preparados para vivir dentro de él. Esto se obtiene por medio de nuestra comunión y relación con Cristo ahora. En efecto, nos estamos preparando en esta vida para la clase de vida que tendremos dentro de ese nuevo cuerpo que nos será dado. Cuando él venga seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Sin embargo, nosotros podemos prepararnos para ir pareciéndonos a él mediante un continuo vivir a la luz de su amor y en armonía con su voluntad para nosotros.