TEXTO: “No está aquí, pues ha resucitado, como dijo: Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (Mt 28:6)
LECTURA BÍBLICA: Mateo 28:1-10
ORACIÓN POR LA OFRENDA: Eterno Dios y Padrenuestro; venimos a tu presencia con corazones llenos de gratitud para darte gracias por las bendiciones de la fe que nos mueven a inclinar nuestras almas ante ti en este glorioso domingo de Pascua. Tú te has entregado íntegramente para poder ofrecer a un mundo cansado y hastiado aquella esperanza que asegura el perdón de los pecados por la fe sencilla en Cristo Jesús, Señor nuestro. Te agradecemos por el mensaje de esté día, el cual nos brinda la garantía eterna de que la vida sobrepasa los límites del tiempo, para penetrar en lugares celestiales que tú has preparado para los que te aman. Estamos en tu santa presencia regocijándonos en todo lo que tú has obrado por medio del Calvario y la tumba vacía. Así como has compartido tu gozo al dar a tu Hijo por la redención del mundo, del mismo modo también queremos consagrarnos en esta hora a la tarea dé participar las buenas nuevas de gran gozo al mundo en general. Venimos humildemente, Padre, para ofrendarte lo mejor de nuestro amor y de nuestro servicio. Que nuestros diezmos y ofrendas puedan proveer los medios y hacer más eficaz la difusión del mensaje del evangelio durante esta época trascendental en la historia del mundo. Te lo rogamos en el nombre del Cristo resucitado y viviente, la esperanza de los pueblos. Amén.
INTRODUCCIÓN: En un glorioso domingo por la mañana, hace más de diecinueve siglos, un grupito de mujeres fieles visitaron una tumba la cual contenía, según creían, el cuerpo frío e inanimado de su amado líder y maestro.
Fueron a la tumba en aquel amanecer con el mismo estado de ánimo que nos envuelve cuando nos dirigimos al cementerio para depositar los restos de nuestros propios seres queridos. Sus corazones apesadumbrados desbordaban de dolor. ¡Cuán difícil les resultaba reconciliarse al hecho de haber sido separados de Jesús; el divino Señor!
Al llegar al sepulcro, lo que allí descubrieron las preocupó grandemente. Vieron que se había quitado la piedra de la entrada de la tumba, y enseguida supusieron que el cuerpo había sido robado. Movidas por el dolor, penetraron en la tumba labrada en la peña y contemplaron la visión de ángeles vestidos con ropaje brillante.
Mientras estaban allí apenadas, sintieron una voz que les decía, “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos…” (Mt 28:5-7).
Y la resurrección aún habla. ¿Qué tiene que decirnos a los discípulos de esta época moderna? ¿Qué tiene que decirles a las personas que se han extraviado?
- LA RESURRECCIÓN HABLA DE UN SEÑOR QUE VIVE
No fue la muerte lo que demostró cuál era su misión, o que él era el Mesías. Si él Señor hubiera permanecido en la tumba y vuelto al polvo, nuestras tinieblas serían tan profundas como aquellas que reinaron por tres horas cuando fue crucificado. No tendríamos esperanza alguna de ser librados del pecado y de la muerte.
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Pero la muerte no lo pudo retener. Su resurrección fue su triunfo. Fue la demostración de que en realidad era todo cuanto él pretendió ser, y dio testimonio de que su obra había sido aceptada por el Padre.
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No existe en la historia ningún relato mejor autenticado por la palabra de testigos dignos de crédito que el de estos hechos, es decir que Cristo murió, fue sepultado y se levantó de los muertos al tercer día. Hombres y mujeres de carácter intachable, han testificado de que lo vieron, lo reconocieron, comieron con él y hablaron con él mientras andaba entre ellos con su cuerpo resucitado. Lucas, el médico amado, dice, “…después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables…” (Hch 1:3). Ningún hecho histórico es más seguro que este: Cristo vive.
(xx) - LA RESURRECCIÓN ESTABLECE LA VALIDEZ DEL CRISTIANISMO
Sería difícil explicar la vida de Jesucristo si se leyera acerca de ella en otro libro que no fuera el Nuevo Testamento. Pero el cristianismo ha surgido de un pasado histórico. Su revelación mística escapa a la inventiva humana. Toda su vida fue rodeada de hechos milagrosos.
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Quedamos encantados y asombrados ante los hechos de la encarnación y la resurrección. La lógica sobrenatural del Dios eterno desafía la sabiduría del hombre finito pues la revelación divina dice que la encarnación explica la resurrección.
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Los discípulos creían que no volverían a ver más a Jesús. Lo creían muerto: Pero sus mentes y espíritus sufrieron un gran cambio después de los tres días que el cuerpo de Jesucristo estuvo en la tumba de José de Arimatea.
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Ahora sí creyeron que Jesús había resucitado de los muertos. Su fe en la realidad del triunfo de Cristo sobre la muerte es para nosotros de mayor importancia que cualquier otro tipo de evidencia. Decir que los discípulos pasaron una vida de penurias, sufriendo privaciones, y aun la muerte para sostener una hermosa fábula, sería un insulto a la inteligencia humana. El fundamento del cristianismo es Jesucristo crucificado, sepultado y resucitado con poder glorioso. “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Co 15:21,22).
(xx) - LA RESURRECCIÓN ES GARANTÍA DE LA REDENCIÓN DEL ALMA
El argumento del apóstol Pablo es este: “Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1 Co 15:17). Pues si Cristo no ha resucitado, entonces al sistema cristiano le falta la piedra angular y todas las esperanzas que los hombres han edificado sobre Jesús se desmoronan.
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La fe que salva descansa solamente sobre la base histórica de la resurrección de Jesucristo de los muertos.
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Nuestra fe está puesta en Jesucristo, el Señor resucitado, “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Ro 4:25).
(xx) - LA RESURRECCIÓN ES LA BASE DE LA ESPERANZA DE LA VIDA MAS ALLÁ DE LA TUMBA
La resurrección de nuestro Señor Jesucristo es la promesa de otras resurrecciones. Es sobre este hecho verídico que la doctrina de la vida futura se establece.
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Proclama sin lugar a discusión que la vida aquí y la vida más allá de la tumba son una sola, y que continúa. No se interrumpe por la muerte. El mismo Jesús que les fue quitado a los discípulos por la muerte les fue devuelto por la resurrección.
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Cuando nuestros seres queridos mueren y pasan aparentemente al mundo del silencio, ¿qué esperanza tenemos de verlos otra vez? Ninguna, excepto por las palabras del Cristo resucitado, quien dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Jn 11:25,26).
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CONCLUSIÓN.
La voz del Espíritu Santo aún habla a los seguidores del Señor viviente “..Id pronto y decid… que ha resucitado de los muertos…” (Mt 28:7). El fundamento del mensaje que proclamamos a un mundo que ha extraviado el camino se halla en la seguridad de que adoramos y servimos aun Salvador resucitado y viviente. Al igual que los primitivos cristianos, que iban por todas partes predicando “que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co 15:3,4), debemos también nosotros testificar en el día de hoy.
Vez tras vez necesitamos que se nos recuerde que la resurrección es nuestra única seguridad de vida eterna. Como todos los misterios encerrados en el poder sobrenatural de Dios, puede que no la entendamos pero sí podemos apropiarnos de este hecho histórico para nuestro consuelo y paz. No hay un gozo mayor para el corazón de un creyente que ese momento sagrado cuando un incrédulo al fin confiesa su fe en el poder salvador del Señor resucitado. No hay un desafío mayor para un creyente que tener la oportunidad de hablar de esa esperanza bendita del evangelio. El poder oír la respuesta a la invitación de Dios, “Señor, creo”, es la razón más poderosa que ha de movernos para ofrecer a los perdidos la seguridad de salvación en el nombre de Cristo viviente.
Tomás Yuen era un fiel seguidor de una fe pagana. Tuvo la oportunidad de asistir a algunos cultos cristianos y comprobó que no tenía verdadera satisfacción en aquella religión que había seguido desde su niñez. Por varias semanas concurrió a una reunión de creyentes evangélicos y allí el mensaje proclamado, fielmente por el predicador llegó a su corazón y un domingo por la mañana respondió conmovido ala invitación del Espíritu Santo para depositar su confianza en Jesucristo. Para Tomás Yuen aquel fue un momento glorioso, cuando él confesó delante de todos, “¡Creo en Jesús, creo en Jesús!”
Algunas semanas más tarde, después de su bautismo, Yuen tuvo que someterse a una operación con corazón abierto. El pastor lo visitó asiduamente, ministrando a su necesidad espiritual en estos días tan críticos. Cada vez que el pastor se despedía Yuen nunca dejaba de pedir que orara y siempre daba su testimonio invariable: “Creó en Jesús.” Una noche la enfermera se puso en contacto con el pastor para informarle qué la condición de Yuen era crítica. En pocos minutos llegó hasta el hospital para oír al hombre moribundo, “Creo que esta noche yo he de ver a Jesús”. Yuen cerró sus ojos confiando que el Cristo en quien él había depositado su fe, lo recibiría a las puertas del hogar celestial. Este mismo Jesús puede ser tu esperanza de vida eterna. Acéptalo y pon tu confianza en él hoy mismo.