Pretendemos en este volumen tratar el más glorioso y sublime tema que ser humano jamás puede trazar: ¿quién y cómo es Dios? Nuestra tarea es complicadísima, ya que, como bien indica Job: He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos (36:26); y como nos dice Isaías que el mismo Dios inquiere: ¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis?, dice el Santo (40:25). A la vez, nuestra tarea no necesita ser complicada, puesto que Dios quiso revelarse y lo hizo. En la naturaleza y en la Biblia se ha dado a conocer. Solo se necesitan dos cosas, de acuerdo a Hebreos 11:6: Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.
Notaremos muy temprano que a Dios no se le conoce por medio de conceptos dogmáticos difíciles de entender, se le conoce mediante una diligente búsqueda de su Santa Palabra. Es allí, a través de todas las variadas y expresivas páginas de la Biblia, que encontramos la fuente maravillosa de nuestra información acerca de Dios. Luego de recoger de esas páginas esos ricos conceptos, nos toca resumirlos y expresarlos en lenguaje nuestro, en palabras que lo hagan entendible.
Me apresuro a añadir que al indicar que intentaremos dar explicaciones acerca de Dios en nuestro lenguaje, no estoy diciendo que las mismas declaraciones de la Biblia no deban ser tomadas como autoritativas. Al contrario, por ser la Palabra de Dios, cada palabra en ella nos ata autoritativamente a lo que declara. Pero eso no impide que no podamos declarar esas grandiosas ideas y conceptos en palabras propias y con expresiones personales. Por ejemplo, estaremos hablando de la “Santa Trinidad” para expresar que Dios es tres en uno. Cierto es que la palabra “trinidad” no se encuentra en la Biblia, pero igualmente es cierto que el concepto trinitario es totalmente bíblico.
Lo que sí procuraremos es la absoluta fidelidad a lo expresado en la Escritura. Nadie tiene derecho de añadirle otro sentido ni de introducir interpretaciones extrañas o ajenas al texto. Puesto que eso es un peligro (esta tendencia fue evidenciada por algunos en la teología medieval, dado que al añadirle explicaciones al texto bíblico se sacrificó y hasta perdió el intento de lo escrito en la Biblia), procuraremos evitarlo. Sin embargo, advertimos que con el fin de aclarar y comprender cosas complicadas acerca de Dios —cosas que caben bajo la calificación de misterio— usaremos expresiones y daremos ilustraciones que no se encuentran como tales en la Biblia. Lo que procuraremos en toda instancia es que, al hacerlo, de ninguna manera perdamos la interpretación autoritativa de lo que afirma la Sagrada Palabra de Dios.
Para tratar este tema de la Santa Trinidad he desarrollado seis capítulos:
1. ¿Cuántos dioses hay?
2. Sólo hay un Dios
3. Tres personas que son Dios
4. Dios, nuestro Padre
5. Jesucristo es Dios
6. El Espíritu Santo es Dios
A esos capítulos he añadido esta breve introducción y, al final, una posdata.
No he escrito para satisfacer a los eruditos, lo he hecho para aquellos que como yo buscan algo directo y claro sobre la persona de Dios. De una vez el lector debe saber que este escrito no es de ninguna manera exhaustivo, más bien diría que representa una sencilla introducción al tema de la persona de Dios, asunto sobre el cual bibliotecas enteras se han llenado. El fin que persigo es abrirle el apetito de Dios al que se tome el tiempo de leerlo. Espero que al probar algunos de estos deleitosos bocados el lector salga en busca del verdadero banquete ofrecido por Dios, quien prometió: He aquí yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo (Apocalipsis 3:20).
Me falta contestar la pregunta: “¿Qué te llevó a escribir un libro sobre este tema?” Dos fueron mis razones, la primera fue descubrir cuán poco conoce de Dios el cristiano promedio. Se sabe mucho más del diablo que de Dios. He oído a personas dar toda una serie de clasificaciones acerca de los demonios: nombres, categorías, dominios, oficios, peculiaridades y regiones donde ejercen control. Pero esas mismas personas, creo, serían incapaces de nombrar diez de los atributos de Dios. Claro, es mucho más fácil conocer a Satanás y los demonios, ya que como humanos y pecadores que somos nos identificamos con muchas de sus características. Al contrario, Dios en su augusta y santa persona nos es extraño. Él se mueve en una esfera muy distinta a la de los pecadores.
Lo segundo que me motivó a escribir es la convicción de que a pesar de que nos consideramos pueblo de Dios hay una ignorancia imperdonable acerca de cómo y quién es Dios. Hemos perdido ese sentido de majestad que debe acompañar todo concepto de Él. Ya no hay temor de Dios, ya no hay asombro por Dios. Ya no hay conciencia de Dios. Ya no hay búsqueda de Dios. Ya no se sabe lo que quiere decir: Estad quietos, y conoced que yo soy Dios (Salmo 46:10). La evidencia de la ausencia del conocimiento de Dios está en las muchas extrañas y nocivas doctrinas que se están esparciendo por toda la iglesia; sin referencia a la persona y el carácter de Dios y sin base en la Biblia. Por último, la desaparición de la ética y la moral bíblicas que antes servían como guías del cristiano promedio. Si nuestra iglesia evangélica latina ha de sobrevivir, desesperada y urgentemente necesita conocer a Dios.
Necesitamos salir de la oscuridad doctrinal en que nos hemos permitido descender para buscar la gloriosa luz y el resplandor que rodea al Dios verdadero. Como decía el gran cristiano de la Alianza Cristiana y Misionera, A.W. Tozer: “Un dios creado en las sombras de un corazón caído por naturaleza no será nada parecido al Dios verdadero de la Biblia”. Dejemos a un lado esas nociones modernas de un dios permisivo y humanizado para buscar al verdadero Dios.
Con reconocimiento sincero de mis muchas limitaciones me he atrevido a poner en palabras las glorias que he descubierto en mi búsqueda personal de Dios. No las he escrito para satisfacer las demandas de los eruditos, más bien las he agrupado en estas hojas pensando en aquellos que como yo han querido obtener aunque sea un rayo de luz acerca del único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén. (1 Timoteo 6:16) Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Les Thompson
Noviembre 30, 2007