La sana doctrina

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La sana doctrina

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Por Salvador Dellutri

¿Necesitaremos en verdad alguna doctrina? ¿Cuál es la doctrina idónea? ¿Cómo enseñarla en medio de la confusión teológica actual?

«Yo predico a Cristo, no predico doctrina», dice un evangelista creyendo establecer una afirmación sabia. «El amor une, la doctrina divide», expresa otro pastor creyendo fomentar la unidad.

Ambas afirmaciones, frecuentes en nuestros días, generan confusión acerca de la importancia de la doctrina, presentándola como contraria a la predicación efectiva del evangelio, y como enemiga de la unidad del cuerpo de Cristo.

Lucas reseña que los primeros cristianos «perseveraban en la doctrina de los apóstoles… y en las oraciones» (Hechos 2:42). Luego describe la vida cotidiana señalando que «los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas» (v. 44) «…perseverando unánimes cada día en el templo» (v. 45). «Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (v. 47). Como es evidente la perseverancia en la doctrina no afectaba la unidad, al contrario, era un factor determinante para mantenerla. Tampoco estorbaba la predicación, que era vigorosa y efectiva.

¿Qué es la doctrina de los apóstoles?

La palabra doctrina quiere decir «enseñanza», por lo tanto la doctrina de los apóstoles es la enseñanza que éstos les brindaban a los convertidos. No lo hacían por voluntad propia sino por encomienda del Señor, quien les ordenó: «Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mt 28:20).

La enseñanza de Jesús, trasmitida por los apóstoles, conforma el cimiento de la iglesia: «Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Ef 2:20). Por lo tanto, la doctrina constituye el factor esencial de unidad de la iglesia del Señor y su fundamento. Si la desechamos, destruimos esa unidad y agrietamos el basamento de la fe.

Esta doctrina es la base de la predicación del evangelio. Mediante la predicación afirmamos que Cristo es el Hijo de Dios —doctrina de la encarnación—, que derramó su sangre por nuestros pecados —doctrina de la redención—, que somos salvos por la fe — doctrina de la salvación—, etc. Es imposible predicar a Cristo sin predicar doctrina.

La fe cristiana no es el resultado de la especulación humana, sino de la revelación de Dios. Él ha hablado, y en las Sagradas Escrituras tenemos toda Su revelación para el hombre. Esto constituye el tesoro más valioso del cristiano, la «sana doctrina» a la que debemos ajustarnos: «Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina» (Tit 2:1).

De la raíz del calificativo «sana», que se aplica en griego a la doctrina, proviene nuestra palabra «higiene», es decir, saludable, que proporciona salud espiritual.

Por tanto, la doctrina de los apóstoles es el fundamento de la fe y de la iglesia, la base de la predicación eficaz del evangelio y el principal factor de unidad y salud espiritual del pueblo de Dios.

Doctrinas de hombres y de demonios

La Palabra de Dios nos advierte sobre otros tipos de doctrinas que no provienen de Dios. Son MANDAMIENTOS Y DOCTRINAS DE HOMBRES (Colosenses 2:22), y DOCTRINAS DE DEMONIOS (1 Ti 4:1).

Las doctrinas de hombres fueron censuradas por el Señor quien, para descalificarlas, cito a Isaías: «Este pueblo de labios me honra… Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas MANDAMIENTOS DE HOMBRES» (Marcos 7.6-7). Los hombres suelen elaborar doctrinas aparentemente piadosas, pero que generan divisiones y enfermedad espiritual. Los fariseos y saduceos tenían doctrinas muy elaboradas, que Jesús calificó de levadura por su efecto contaminante: «Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos» (Mateo 16.6).

Estas doctrinas humanas pueden infiltrarse en la iglesia del Señor. Contamos con el testimonio de lo que sucedía en la iglesia de Pérgamo: «Tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación. Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco» (Apocalipsis 2.14-15).

En Colosas, donde pretendían infiltrar doctrinas humanas, los creyentes reciben la advertencia apostólica: «Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres… y no según Cristo» (Colosenses 2.8). El apóstol señala, con claridad, la diferencia entre las doctrinas elaboradas por tradiciones humanas y la de Cristo.

La doctrina humana puede ser permisiva o restrictiva. En el caso de Balaam, que aceptaba y promovía la fornicación, la doctrina era permisiva; pero en Colosas era restrictiva: «¿Por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a MANDAMIENTOS Y DOCTRINAS DE HOMBRES), cosas que todas se destruyen con el uso?» (Colosenses 2.20,22).

La doctrina falsa, restrictiva o permisiva, siempre es perniciosa y abre el camino al libertinaje o al fariseísmo. El hombre no elabora doctrinas saludables sino enfermizas y contagiosas.

También se habla de doctrinas de demonios; contra ellas advierte el apóstol Pablo a Timoteo: «Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a DOCTRINAS DE DEMONIOS» (1 Timoteo 4.1). Esa doctrina infecta a la iglesia por vía humana, «por la hipocresía de mentirosos…» (v. 2).

Todas estas doctrinas, aunque se vistan de piedad, son contrarias a la enseñanza del Señor.

Efectos de la doctrina falsa

La falsa doctrina tiene consecuencias perturbadoras en la vida de los cristianos y en la iglesia del Señor, por eso debe prestársele mucha atención, y cuidarse de ella cuando asoma: «Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos» (Ro 16:17). Estas doctrinas producen divisiones entre los hermanos y tropiezos en la marcha de la vida espiritual de todo el cuerpo de Cristo.

Debe, por lo tanto, diferenciarse bien lo que es sana doctrina de la doctrina falsa o de factura humana, inspirada por Satanás. Por eso tenemos que ser cuidadosos; cuando afirmamos que «El amor une y la doctrina divide», hay que ser precisos. Lo que divide es la doctrina de corte humano e inspiración diabólica.

La sana doctrina, enseñada por el Señor y trasmitida por los apóstoles, proviene de Dios. Así lo afirmó Jesús cuando dijo: «Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió» (Juan 7:16). Esta enseñanza jamás puede causar divisiones, es más, es el vínculo más importante del pueblo de Dios.

Cuando la doctrina falsa se introduce en la iglesia, se detiene el proceso de edificación y aumentan los conflictos; por eso es que a Satanás le agrada promoverla, porque responde a sus fines. En esos casos, se ordena a los pastores actuar con autoridad, mandando expresamente que no la permitan e instruyan al pueblo para que la desechen: «... para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe» (1 Ti 1:3).

La sana doctrina, por el contrario, tiene efecto saludable en la vida de quien la recibe. Aunque a veces es dura, señala errores y exige enmiendas, todo eso lleva a vivir a plenitud en Cristo.

El ministro de Dios tiene que sentir la responsabilidad de predicar lo que Dios manda con la certeza de que es saludable para su pueblo. «Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido» (1 Ti 4:6). El cuidado que tengamos de nosotros mismos y de la doctrina redundará en beneficio espiritual para todo el pueblo de Dios (1 Ti 4:16).

Un pueblo nutrido con la sana doctrina adquiere madurez y firmeza, se mantiene lozano y puede enfrentar, sin fluctuar, todos los vientos de doctrinas que sacuden a los indoctos e inmaduros (Efesios 4:14).

Cómo evaluar la doctrina

Hemos sufrido mucho debido a las doctrinas humanas. Gran parte del oscurantismo espiritual se debe a enseñanzas como la de la intercesión de los santos, el purgatorio o la mariología; aparentemente piadosas, pero de corte humano; imposibles de avalar con las Sagradas Escrituras. Esas doctrinas desviaron a nuestros pueblos.

¿Cómo saber que una doctrina es sana? Hay una sola manera: Remitirnos a la Palabra de Dios. Todo el sano consejo de Dios está revelado en ella. Si la obedecemos, ciertamente estaremos en la sana doctrina. Si nuestra predicación se basa en la Palabra de Dios, estamos enseñando la sana doctrina.

Las Escrituras no son para respaldar nuestras propias ideas. Es verdad que muchas interpretaciones han producido algunas parcelas en el pueblo de Dios, pero son cuestiones secundarias, y no debieran afectar nunca la comunión cristiana. Sin embargo, el fundamento doctrinal debe ser firme. Debemos ser incondicionales de la Palabra de Dios, nuestra doctrina debe ser clara y fluir directamente de las Sagradas Escrituras.

Hoy, todo lo novedoso cautiva, y eso produce grandes vientos de «nuevas doctrinas» casi siempre falsas. Por eso tenemos que estar en permanente vigilia para que Satanás no introduzca enseñanzas perturbadoras que aflijan al cuerpo de Cristo.

El aluvión de «novedades» produce mucha confusión teológica, y permite la introducción de sutiles herejías ataviadas como verdades. Para detectarlas tenemos que desarrollar un sano discernimiento. Muchas veces nos negamos a discernir, y el eclecticismo del mundo —que lleva a aceptar cualquier opinión, se filtra en la iglesia. Los cristianos tenemos que saber discernir y rechazar el error con firmeza. No podemos ser tolerantes o condescendientes con lo que Satanás quiere introducir para destruir el cuerpo de Cristo.

No debemos ser suspicaces, porque terminaríamos viendo fantasmas donde no los hay. Ni ingenuos, porque terminaríamos por negar la realidad. Los falsos maestros están entre nosotros, y las falsas doctrinas golpean constantemente a nuestra puerta.

Recordemos la exhortación del apóstol a los ancianos de Éfeso: «Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas… Por tanto, velad» (Hechos 20:30-31). Es ingenuo pensar que Satanás ha perdido su virulencia, él sigue actuando en la misma forma. Cada cristiano debe, por lo tanto, velar para evitar que el enemigo logre concretar sus nefastos objetivos, y recordar la advertencia: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Jn 4:1).

La seducción del error

El cristianismo va a tener 2000 años de historia. En ese prolongado lapso tuvo que sostener duras luchas contra herejías y apostasías, diferenciar entre la verdad y el error, y mantener la sana doctrina. Al cabo de tan largo recorrido parecería que la seducción del error debió disminuir, y los anticuerpos surtir efecto. ¿Volveremos a discutir lo que analizamos exhaustivamente en el pasado? Acaso ¿no aprendemos con las experiencias? Aunque parezca extraño, muchas de las doctrinas condenadas en el pasado resurgen hoy y vuelven a vulnerar a los incautos.

Nuestro tiempo es particularmente proclive a generar cada vez más doctrinas enfermizas, heréticas y apóstatas. No debe extrañarnos: «Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y doctrinas de demonios» (1 Ti 4:1). «Porque vendrán tiempos cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias» (2 Ti 4:3).

La posmodernidad proclama cotidianamente el fin de las ideologías, e intenta edificar el futuro sin considerar el pasado. Propone un salto que deseche los fundamentos históricos. Esto se infiltra en la iglesia, induciendo a menospreciar la sana doctrina fundamentada en la Palabra de Dios.

Rebeldes espirituales, que no soportan la sana doctrina porque les resulta fastidiosa, se agrupan para dar rienda suelta a su sensualidad, y atacan con sutileza satánica la doctrina que recibimos del Señor y los apóstoles.

A esto tenemos que añadir la prédica constante que nos bombardea pretendiendo que seamos cada vez más permisivos. Así tratan de minar nuestra capacidad de reacción y decisión. Hay cristianos que creen que si se oponen al error o no tienen una actitud tolerante, están atrasados. Esto hace que Satanás gane la batalla.

«Compra la verdad, y no la vendas» (Proverbios 23:23), dice el sabio. Aferrarse a la verdad bíblica no es quedarse en el pasado, es situarse en la eternidad, porque LA SANA DOCTRINA DE LOS APÓSTOLES no es antigua, ES ETERNA. Es nuestra responsabilidad ante el Señor proclamar esta verdad a nuestra generación y a las venideras, a cualquier precio.